LITIGIO repasa la historia lejana y reciente del antiguo Penal de Corrientes. Las deudas pendientes de la justicia con quienes murieron entre esos muros y el objetivo urbanístico de la gestión del gobernador, Gustavo Valdés, para revalorizar cotizados espacios públicos en un negocio entre lo público y lo privado.
Martes, 10 de enero de 2023
Por Andrea de los Reyes
Me queda ser la sombra entre las sombras
Ser cien veces más sombra que la sombra
Ser la sombra que retorna y retornará
Robert Desnos
Una libreta abandonada sobre una cucheta de cemento en un pabellón despoblado de la antigua Unidad Penitenciaria N°1, contiene entre sus páginas escritas con variadas caligrafías rimas contra el sistema, contra la soledad, en busca de un amor siempre esquivo. La imagen que recoge el youtuber correntino Ivan Salvia en una visita al entonces desierto penal, pertenece a las anotaciones de una o varias personas que estuvieron detenidas allí y puede pensarse como uno de los tantos hilos que tejieron un siglo de historia penitenciaria en Corrientes.
Este fin de semana, esas historias que se escribieron a sangre y fuego, entre sombras y secretos, como emblema de la desigualdad, quedarán desvanecidas en el bullicio que promete la bailanta organizada por el gobierno de Corrientes, que dará inicio a la XXXII Fiesta Nacional del Chamamé, el evento cultural más relevante de la provincia. Con ese clima de celebración se buscará resignificar el espacio que por 133 años contuvo a miles de personas condenas por la Justicia a la reclusión.
Durante diciembre y apurados para llegar a las primeras semanas de enero, un equipo de gobierno integrado por especialistas del Instituto de Vivienda y del Instituto de Cultura trabaja contrarreloj para que todo esté dispuesto para una nueva “Fiesta en la Unidad”, un evento que incluirá la bailanta chamamecera acompañada de una feria de variedades y gastronomía que busca instalar en la centenaria prisión como un polo recreativo. El modelo, sostienen desde el oficialismo, busca reproducir prototipos de otros espacios carcelarios de Argentina, como el Museo Marítimo y del Presidio en Tierra del Fuego o el Paseo del Buen Pastor en Córdoba.
Organizaciones sociales, urbanísticas y de derechos humanos cuestionan los primeros indicios de la reutilización del predio y los eventos festivos que comenzaron a realizarse en diciembre pasado, no sólo porque no respetan a las víctimas recientes del sistema carcelario y el duelo de sus familiares, sino porque tampoco hay un “rescate ni revaloración” del patrimonio “si no es por consenso”.
Cuando el jueves, con el show de la previa, y fin de semana próximo comiencen a sonar Tallarín Ramírez, Huepa che, Grupo Itatí o Simón de Jesús Palacio, como promete la grilla de la bailanta, las voces disidentes quedarán nuevamente relegadas casi al silencio. El primer ensayo de este modelo se realizó en diciembre pasado. Miles de curiosos interesados en conocer desde adentro el edificio que resguardó entre sus muros un siglo de misterio, pasearon por los pabellones, galerías y patios de la antigua prisión. Los funcionarios del gobierno de Gustavo Valdés y algunas celebridades locales posaron para la foto, hubo baile, comida y tragos. Sin embargo, esto no ocurrió sin tensión. En este artículo, LITIGIO recorre el pasado carcelario de Corrientes, el controvertido proyecto para refuncionalizar la unidad penal y las tensiones por los usos comerciales del predio.
Un siglo de historia
Hasta la inauguración de la Cárcel Penitenciaria (como figura en la Guía de Serrano de 1904), la administración de la justicia criminal en Corrientes era zigzagueante. Atravesada por las disputas políticas entre los dos principales partidos de la provincia, el autonomista y el liberal, el sistema no respetaba las ideas doctrinales de la época. El período, desde mediados a fines del siglo XIX, es analizado por el historiador Dardo Ramírez Braschi, en un artículo publicado en diciembre pasado en la Revista Científica de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas.
Para describir el panorama local, el autor indica que los delitos más usuales eran el abigeato (robo de ganado) y el homicidio. Era muy frecuente el encarcelamiento de adversarios políticos y aún se aplicaba la pena de muerte, aunque en contados casos. Las principales penas eran el presidio y la cárcel, el servicio en casas particulares, el servicio de obra pública, el servicio en las armas, el destierro y los azotes. En la ciudad de Corrientes, la cárcel estaba ubicada en inmediaciones al Cabildo, mientras que en las ciudades del interior se situaban en las dependencias de los Juzgados de Paz. Se reproducían a lo largo y ancho de la provincia, improvisados calabozos y el sistema en general en las dependencias de reclusión era “inseguro e insalubre”.
Dos cuestiones resultan interesantes de la investigación de Ramírez Braschi, por un lado, que la construcción de la Cárcel Penitenciaria fue propiciada por décadas de informes de la justicia local que daban cuenta de las pésimas condiciones en las que estaban alojados los presos. Y una segunda anotación, indica que existían delitos sancionados con prisión que hoy ni siquiera se pueden imaginar como tales, por ejemplo, transitar de un departamento a otro sin autorización judicial correspondiente. No obstante, ambas apostillas podrían pensarse reactualizadas en la pandemia.
Con el panorama descripto, la construcción de la cárcel fue una necesidad imperativa y una decisión gubernamental. Poco se conoce del inicio de la obra, así como de los primeros 100 años de historia carcelaria, ya que las fuentes consultadas reproducen más o menos la misma información.
El penal fue inaugurado en 1888 durante el gobierno de Juan Ramón Vidal, en un predio donado para tal fin. La obra perteneció al ingeniero piamontés Juan Col, radicado en Corrientes en 1880 y autor de gran parte del diseño de los edificios modernos de fines del siglo XIX, como la Casa de Gobierno, el Palacio Municipal, la Sociedad Italiana, el Hogar de Ancianos y las escuelas Manuel Belgrano y Domingo Faustino Sarmiento.
Para la cárcel, Col empleó el modelo arquitectónico carcelario de panóptico, con dos torres que permitían a los guardiacárceles observar a los prisioneros distribuidos en un dispositivo central en forma de estrella, que contaba con varios pabellones. Estas edificaciones son las que aún hoy revisten mayor valor patrimonial y serán las preservadas para el Museo Penitenciario.
Se entiende en la actualidad que las condiciones en las que fue diseñado el penal eran las vigentes en el momento. Era la manera en la que se concebía el sistema carcelario.
La reconstruccion de la historia del penal es una tarea compleja por la escasa información visual y gráfica existente, en especial de la primera parte del siglo XX.
Algunos indicios que nos permiten conocer la historia carcelaria, pueden encontrarse a principios del siglo pasado. Desde los primeros años del penal, está registrada la intención de promover la alfabetización de las personas condenadas, así como la promoción laboral a través de oficios como la carpintería. En 1904, “continuaba funcionando con relativa regularidad” el taller de la cárcel, desde el cual se realizaban obras como puertas, armarios, bancos y mesas.
En ese período se inauguró un emblema de la unidad, que funciona hasta la fecha: la Imprenta del Estado. Esta es la única dependencia del predio ubicado en avenida 3 de abril que no fue desalojado en noviembre de 2021, cuando los últimos presos fueron trasladados al predio de Laguna Brava.
En 1926, durante el gobierno de Benjamín González, se abrió la escuela de linotipistas, que se convirtió en uno de los principales oficios para los ex presidiarios. Desde entonces, y hasta el traslado a la nueva Unidad 1, se realizaron decenas de proyectos para brindar herramientas de capacitación para las personas condenadas con muy desparejo resultado.
De todas las iniciativas, tal vez una de las más interesantes fue la que empezó como un taller y se convirtió en una asociación denominada Yahá Porá, ya en el siglo XXI. Por más de una década, personas privadas de su libertad se capacitaron en distintos oficios y potenciaron acciones vinculadas a las artesanías y el arte. Armaron y vendieron agendas, participaron y organizaron talleres de cine, pintura, reciclado, encuadernación, artesanías en madera, cartón, cerámica y tela. Siempre vinculados con organismos de derechos humanos y con un objetivo central, “hacer digno el retorno a la libertad”. Uno de los últimos productos fue un libro publicado en plena pandemia titulado “El encierro dentro del encierro”, que reúne los testimonios de personas privadas de su libertad provenientes de diferentes penales en medio del aislamiento social obligatorio.
De ese espacio y de esa experiencia sólo quedan unos pocos vestigios físicos en el penal, hasta diciembre apenas se mantenían unas puertas pintadas de color naranja que, de avanzar con lo proyectado, desaparecerán muy pronto.
Panóptico y muerte
Para el Museo Penitenciario que prepara el gobierno, se dejará en pie la fachada y la “central”, formada por el patio interno y los pabellones lindantes. Esos espacios constituyen, pese al notorio deterioro, lo que detenta mayor valor patrimonial y arquitectónico, además de ser el epicentro de la curiosidad para los interesados en conocer la cárcel. Sin embargo, también es el espacio con mayor carga simbólica del predio.
Hay demasiada muerte ahí. Es que incluso desde el área, penitenciarios manifestaron su disgusto por la forma en la que fueron desplazados de las oficinas y por el uso que se pretende hacer del predio.
En la retahíla, hay fugas de película, masacres y fusilamientos. Si bien no existen números precisos, dado el tiempo transcurrido y la (des) organización de registros oficiales, se sabe que decenas de personas murieron de forma cruenta dentro de la cárcel. El dato más concreto parte recién en 2004, cuando el Observatorio de Conflictos Sociales-Nea y la Red Corrientes de Derechos Humanos, empezó a contabilizar las 15 muertes dentro del edificio de Avenida 3 de Abril.
Hay demasiada muerte ahí. Es que incluso desde el área, penitenciarios manifestaron su disgusto por la forma en la que fueron desplazados de las oficinas y por el uso que se pretende hacer del predio.
En el conteo, uno de los enfrentamientos más brutales ocurrió en marzo de 2007, cuando un grupo de reclusos emboscó a tres condenados: Ramón María “Arnold” Centurión, José Oscar “Huevo Frito” Ramírez y Samuel Antonio Céspedes. Con hachazos, puntazos y disparos de arma de fuego, las víctimas terminaron decapitadas. Desde entonces, las denuncias de organismos locales, nacionales e internacionales, de legisladores oficialistas y opositores, y de integrantes del servicio judicial; por las condiciones de hacinamiento e insalubridad se repitieron año tras año.
Una síntesis dolorosa y trágica que condensa la ignominia de estas muertes es la más reciente: el asesinato de Kevin Candia, el 21 de abril de 2020. Un mes después de que se decretara el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) en todo el país por la pandemia de Covid-19, José María Candia, conocido como “Kevin” de 22 años, fue fusilado en el penal con balas de plomo.
Según la reconstrucción del hecho, luego de días de tensión y acuerdo entre internos y la dirección de la Unidad, se desató una violenta represión en el patio de la central, que une los principales pabellones. Allí a las 15.27 del sábado 21 de abril ingresaron agentes penitenciarios, infantería y la Policía de Alto Riesgo (PAR). Los internos huyeron hacia sus pabellones en poquísimos minutos, menos tres detenidos que intentaron cubrirse torpemente con restos de sillas y una frazada.
La imagen del sistema de vigilancia, que consta en la investigación, es demoledora. Kevin, un chico con retraso madurativo que esperaba los papeles para su salida del penal, se esconde infructuosamente detrás de una frazada para detener balas de plomo. Luego sale caminando con dificultad hacia uno de los patios. Allí frente a otros presos, cae desplomado. Intentan asistirlo, pero ya estaba muerto con tres impactos de bala de plomo y 10 perdigones de posta de goma.
Ese es el espacio que está en proceso de convertirse en museo. El lugar donde Kevin, cuya muerte aún sigue impune, fue fusilado recibirá curiosos en busca de conocer las historias intramuros. La central además formará parte de un gran paseo tecnológico y comercial que pretende con algo de aturdimiento celebrar la unidad correntina.
Presente y futuro
Luego del traslado de los 599 reclusos a la nueva cárcel ubicada en Laguna Brava en noviembre de 2021, el edificio de la ex Unidad Penal N°1 quedó como una cáscara. Ese remante de fachada que supo ser el principal destino de miles de condenados durante el largo siglo XX y parte del siglo XXI, pasó en un año de ser espacio de vigilancia, castigo y muerte a un lugar que intenta celebrar sin fisuras una representación colorida (aunque estática) de “la correntinidad”.
Para que esa idea pueda avanzar, el oficialismo de Encuentro por Corrientes (UCR-PRO) modificó en el Concejo Deliberante de la ciudad de Corrientes, el uso del suelo de la cárcel. En una sesión relámpago en noviembre pasado se cambió la normativa de zonificación del predio con el acuerdo del oficialismo. A los dos días de cumplido el trámite administrativo que habilita la instalación de paseos gastronómicos, culturales, educativos, oficinas y estacionamientos, se presentó oficialmente el proyecto del paseo denominado “La Unidad”.
Las 22 páginas dadas a conocer a la prensa como el masterplan del paseo incluyen un Polo Gastronómico, el Museo de Prisión y un Centro Interactivo de Ciencias, y un Centro de Innovación. En una segunda instancia, en la manzana posterior se prevé un centro comercial con la fachada modernizante de los edificios del nuevo centro administrativo correntino.
En el conteo, uno de los enfrentamientos más brutales ocurrió en marzo de 2007, cuando un grupo de reclusos emboscó a tres condenados: terminaron decapitados.
El plan del gobierno busca combinar la inversión público-privada, pero hasta el momento es poco más que un render y un conjunto de ideas. El objetivo explícito es convertir buena parte del espacio destinado al Centro de Innovación en algo similar a un coworking, involucrando a la Universidad Nacional del Nordeste y a otras instituciones educativas privadas para aportar prestigio a la empresa oficial. La carpeta del gobierno, con la cual se busca atraer inversores, pone énfasis en “la creación de entornos colaborativos y sociales para fomentar las interacciones planificadas; entornos informales en los que los trabajadores puedan desconectar y concentrarse, y para celebrar eventos y acoger expertos”. “Necesitamos innovar y para ello, crear una cultura que promueva el pensamiento innovador y el tipo de entorno adecuado en el que las personas y las ideas puedan florecer”, indica el texto que presentó la administración de Gustavo Valdés.
Un conjunto de objetivos sustancialmente diferente a los que motivaron la creación de la cárcel en 1888 y para los cuales el terreno fue oportunamente donado. El impulso modernizante de Valdés, colisiona con argumentos esgrimidos por organismos de derechos humanos locales, organizaciones sociales, familiares de las víctimas de la represión estatal, docentes, investigadores, entre otros sectores. El conjunto publicó a propósito del primer evento en la ex cárcel en diciembre un documento titulado “Una fiesta para ¿qué unidad?”. En el mismo, se indica que el lugar “merece ser revalorizado y resguardado patrimonialmente, pero el patrimonio implica también la reflexión y la memoria de las prácticas, usos y conflictos que se inscriben en la materialidad histórica de obras y edificios”. “En términos urbanos – sostiene el texto – no se puede avanzar sobre la construcción de una ciudad plural e inclusiva sobre la negación u olvido de algunos sectores, en este caso de quienes habitan o tienen/tuvieron contacto cotidiano con la realidad carcelaria. La consolidación de las ciudades en la historia fue justamente su rol aglutinador de diferencias de distinto tipo”. En el documento se recuerda que aún no está cerrada la investigación por la muerte de Kevin Candia y que la transformación del espacio, no permitirá echar luz sobre el tema.
“No nos oponemos a la readecuación, rescate y revaloración para uso público de un sitio patrimonial. Sin embargo, no hay rescate ni revaloración si no es por consenso. Porque el patrimonio no es la “cáscara”, así como la persona no es la “fachada” que pueda mostrar ante nuestros ojos. (…) El espacio público no puede negar o invisibilizar la memoria colectiva y partir para su re- funcionalización de un enorme espectáculo en un lugar que albergó tanto dolor, estigma y una de las peores formas de la desigualdad, que se expresa en una altísima población condenada de origen humilde”, concluye el documento.
Más allá de la fiesta, que tendrá lugar este fin de semana, el espacio aún está en proyección. Incluso el museo planeado ni siquiera tiene nombre, no se sabe si se llamará “de la Cárcel” o “de Prisión”, no hay certezas sobre cómo se comunicará al público general la historia de esas paredes repletas de imágenes pintadas de San la Muerte, el Gaucho Antonio Gil, la Virgen o los clubes de fútbol de la provincia y el país. ¿Qué se hará con las armas caseras que se convirtieron en reliquias tumberas? ¿O con los huesos tallados que forman parte del acervo de presos y carceleros? Por ahora, habrá música, baile y tragos.
Epílogo
El epígrafe que inicia este artículo pertenece a un fragmento de “El último poema” de Robert Desnos, poeta surrealista de la resistencia francesa que vivió el horror como preso en distintos campos de concentración de Europa y falleció en un hospital ruso al poco tiempo de concluida la Segunda Guerra Mundial. Entre sus ropas, se encontraban estas líneas: He soñado tan fuertemente contigo, / he caminado tanto, conversado tanto, / de tal forma amado tu sombra, /que ya no me queda nada de ti. / Me queda solamente el ser, la sombra entre las sombras, / ser cien veces más sombra que la sombra, /de ser la sombra que vendrá y volverá a venir / a tu vida extendida bajo el sol.…
Desnos se convirtió en uno de los símbolos de la tragedia que significó el exterminio nazi. Su voz se calló por las torturas en los campos de concentración. Hoy, en este remoto punto del mapa, su recuerdo permite reflexionar sobre la condición humana, sobre lo que está oculto, sobre lo que no queremos que se repita; pero también sobre la creación en las más desfavorables condiciones, sobre el amor, sobre el arte, y, finalmente, sobre el silencio.
¿Acaso el bullicio de querer avanzar raudos hacia un futuro promisorio nos dejará escuchar lo que nos susurran esas sombras? Por ahora, queda detenerse en estas líneas rescatadas de la libreta amarillenta sobre la cucheta de cemento:
Delincuente frecuente
Que daña la mente
Disimula tirando rimas
para aquellos basuras
que se sienten grandes.