La Masacre de Napalpí y los crímenes de la última dictadura representan la línea histórica del terrorismo de Estado en el Chaco. Ambos tienen en común que, a pesar del paso del tiempo y el manto de impunidad con que se los cubrió inmediatamente después de ocurridos, lograron llegar a una reparación judicial. Carolina Fule, directora de Abordaje Integral en Derechos Humanos del Chaco, fue parte del acompañamiento psicológico que se les brindó a las víctimas en estos juicios. En esta entrevista con LITIGIO detalló cómo fue trabajar en ambas instancias, cómo operó el horror y la desconfianza en los testigos y qué significó la acción de volver a tomar la palabra, en el caso de los expresos políticos, y de reivindicar el uso de la lengua materna, en el caso de los pueblos indígenas.
Martes, 30 de agosto de 2022

Por Bruno Martínez
Salustiano Romualdo aparece por detrás del escenario y se dirige hacia la silla desde donde brindará su testimonio. Lo hace con pasitos cortos, apoyado en su bastón y con ayuda de otras personas. Tiene 84 años y está enfermo. Hace pocos días estuvo internado, pero aun así decidió estar. Sabe que este momento es histórico.
Es el 3 de mayo de 2022. El lugar: la Casa de las Culturas de Machagai. Salustiano es descendiente de sobrevivientes de la Masacre de Napalpí, matanza perpetrada el 19 de julio de 1924 por policías, gendarmes de línea y colonos contra más de 400 indígenas en la reducción Napalpí. Un crimen en masa que se mantuvo impune gracias a la complicidad del Estado nacional, gran parte de la prensa y la Justicia. Su testimonio formará parte del Juicio por la Verdad que en ese momento se estaba llevando a cabo en el Chaco, el primero de estas características en el mundo. La intención es lograr una reparación histórica: reparar lo irreparable.
Tras acomodarse en la silla, Salustiano saluda en perfecto castellano (“Vamos a agradecer a Dios por el lindo día”, dice con la mirada puesta en la jueza Federal de Resistencia, Zunilda Niremperger) y continúa su declaración en lengua Qom.
Asistido por el intérprete Victorio Ramírez, el nieto de Lorenza Molina cuenta que antes de que existieran las reducciones indígenas como la de Napalpí, virtuales campos de concentración donde se obligaba a los pueblos originarios a trabajar en condiciones de esclavitud, el pueblo Qom era nómade y se trasladaban de un lugar a otro sin problemas, sin barreras. “Antes de la llegada de los criollos no había alambrados, todo era libre”, detalla.
Consultado por una de las querellas si, de acuerdo al relato de sus antepasados, sabía cuántas personas fueron asesinadas en Napalpí, responde que fueron muchos, sin precisar cantidad. “Había niños, mujeres. Eran golpeadas o heridas y lo enterraban en ese lugar. Eso fue la matanza de Napalpí. Nos querían hacer desaparecer”, define.
Mientras declara, Salustiano tiene sentados junto a él a dos personas: de un lado, el intérprete Ramírez y del otro, la psicóloga, Carolina Fule. Al concluir su relato, Salustiano se levantará con ayuda de ambos, quienes lo tomarán del brazo y lo acompañarán hasta la salida, a paso lento, al igual que lo hicieron cuando entró.
***
Hoy es una tarde fresca de agosto. Pasaron tres meses desde la declaración de Salustiano y la finalización del juicio por la Verdad, el cual concluyó con una histórica sentencia: la declaración de la Masacre de Napalpí como un crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado nacional en el marco de un genocidio indígena.
Esta zona del macrocentro de Resistencia es particularmente tranquila. Residencial, de pocos edificios petizos, con mayoría de casas que tienen entre uno y dos pisos. Algunas muy vistosas, otras paralizadas en el tiempo.
En esta parte de la ciudad está el consultorio privado de Carolina Fule, que comparte con otros dos colegas. A cargo desde 2011 de la Dirección de Abordaje Integral en Derechos Humanos del Chaco, Fule conformó el equipo a partir del cual se realizó un acompañamiento psicológico a las y los descendientes de sobrevivientes de la Masacre de Napalpí y también a los testigos/víctimas de los crímenes de la última dictadura en el Chaco. Esta entrevista con LITIGIO girará en torno a ambos abordajes, los cuales tienen como hilo conductor el horror, la desconfianza y el poder de la palabra.
―Comencemos por el principio. ¿Cuándo inició tu trabajo de acompañamiento psicológico a víctimas de la última dictadura?
―Eso arrancó a fines de 2008. Me habían convocado (el ya fallecido abogado de Derechos Humanos) Mario Bosch, Dafne Zamudio (hija de Carlos Zamudio, asesinado en la Masacre de Margarita Belén) y (la actual secretaria de Derechos Humanos del Chaco) Silvana Pérez quienes estaban armando un programa provincial de acompañamiento a testigos/víctimas de los juicios por los delitos de lesa humanidad. Ese programa se crea en el marco de la Comisión Provincial de la Memoria y funciona en la Casa de la Memoria donde funcionó la Brigada de Investigaciones (un centro clandestino de detención). Dentro del ámbito de los psicólogos y psicoanalistas eso hizo mucho ruido y marcó muchas diferencias y críticas.
―¿Por qué?
―Cuestionaban que trabajemos en el acompañamiento psicológico con los expresos políticos en el mismo lugar en donde ellos fueron torturados, donde sufrieron la crueldad y lo siniestro.

―¿Cuál fue la respuesta de ustedes ante eso?
―A la inversa, y subvirtiendo cierto discurso y mirada de lo que es el trabajo con víctimas, pensamos que justamente era ahí donde ellos tenían que volver a entrar. Era un desafío, una posibilidad de volver a entrar, pero para constituirse como testigos. Ya no en la pasividad de estar sujetados al poder de otro sino en calidad de víctimas acusando a un victimario, en un trabajo activo de contar la verdad.
―Apropiación y resignificación ¿no?
―Sí. Nos parecía que ahí había un camino de posibilidad de reparación, aunque este es un concepto que estalla por todos lados. Aclarando también que esto era tomar la palabra no en cualquier momento, no ante cualquier persona y no para cualquier cosa, sino para un juicio que habían empezado a desarrollarse. Estamos hablando del gobierno de Néstor Kirchner. La política era la de Memoria, Verdad y Justicia.
―¿Con qué te encontraste al comienzo? ¿Qué percibiste en los primeros encuentros con exdetenidos y sus familias?
―Una de las cosas que más me impactó, con la que tuvimos que trabajar mucho, fue la confianza. No en nuestras personas, sino en el proceso y en el juicio: desconfianza respecto de que hubiera una sentencia reparatoria. Justamente, dentro de lo que describe el psicoanálisis, lo que vuelve traumático un acontecimiento, no es la intensidad del acontecimiento cargado de mucho horror y dolor, sino la traición. La traición del compañero, del jefe, de la patria, de un ideal. En esta coyuntura justamente lo traumático tenía que ver con que fue el Estado el represor. Entonces estábamos ahí también, de alguna manera tomando el lugar del Estado, porque era la Justicia del Estado la que intentaba reparar. Por eso uno de los principales obstáculos era la confianza.
―¿Al comienzo fueron reticentes para hablar?
―Fue un proceso. Justamente que estén expresos, hijos, hijas y familiares dentro del equipo de acompañamiento, fue un camino y un sendero hacia la confianza. Con algunos trabajábamos individualmente, con otros grupalmente. Ese proceso significó que algunas entrevistas las hagamos en la vereda. De la vereda al porche. Del porche hacia adentro. Ahí se jugaba la cuestión de la confianza y de volverse a encontrar con esa situación. Y otra cuestión con la que también nos encontramos y con la que teníamos que trabajar es que mucho de ellos no habían hablado.
―¿Con nadie?
―No habían transmitido nada intrafamiliarmente por temor a producir dolor hacia las personas que querían. Cuando comenzaron los juicios había muchas situaciones así. Lo que pasa hoy es una situación totalmente distinta gracias a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. Pero en ese momento, las situaciones que nos encontramos era con la falta de confianza, con un mecanismo de protección de cuidado de sí y fundamentalmente de los otros. Porque la impunidad lo que trae es el temor a la repetición, a que esto pueda volver a pasar. A que sean observados. Y no nos olvidemos que ellos seguían conviviendo con sus torturadores y los represores, con quienes se cruzaban en el trabajo, en la calle, en un bar, en un restaurante. Había algo del pasado que no terminaba de pasar. La actualidad de eso hacía no solo obstáculo en la cuestión de la confianza, sino que hayan decidido no hablar. No era posible hablar todavía. Sin juicios, sin sentencias, sin un otro que pueda reconocer que pasó lo que pasó. Uno se preguntaría entonces: ¿A quién hablarle? ¿Con qué garantías vuelvo a tomar la palabra? ¿Con qué garantías digo lo que pasó? Hay algo de la garantía de la palabra, que, con el silencio, con la impunidad, con lo que fue la historia oficial, con lo que fue la teoría de los “dos demonios”, que hizo que la opción fuera no hablar.
“La impunidad trae el temor a la repetición, a que esto pueda volver a pasar”
―Eso en relación a los expresos. ¿Y con los familiares? ¿Cómo fue?
―Cada caso y cada situación es particular. Pero algunos de ellos nos pedían que intermediáramos estas reuniones, porque llegado el juicio sus familiares iban a saber, se iban a enterar, iban a escuchar cosas terribles, que ellos no las habían podido hablar aún.
―¿Querían que los escuchen antes?
―Algunos querían que los escuchen antes, otros durante el juicio, otros preferían que no los escuchen, que no presencien. Esto pasó en la mayoría de los casos. Todos sabemos que fue filmado, pero a diferencia de lo que fue hace poco el juicio por la Verdad por la Masacre de Napalpí, que la decisión era que se hiciera público y que se transmitiera simultáneamente, en su momento no se hacía así. Eso fue bastante complejo. Incluso, entre los expresos, muchos se aislaron y no volvieron a tomar contacto. Entonces fue un reencuentro con un montón de cosas. Realmente fue una experiencia muy fuerte. Incluso volver a reencontrarse ahí donde estuvieron detenidos. Fue muy importante porque si hay algo en relación a como sobrevivieron es porque hicieron un cuerpo entre todos. Porque había algo de cuidarse, de saber del otro, de cómo está. Todo para poder sobrevivir.
―Durante los juicios, al momento de brindar sus testimonios, ¿qué pudiste registrar en la manera en que se desenvolvían las víctimas? ¿Qué percibiste respecto de su estado anímico?
―Nosotros trabajamos mucho el momento previo, durante y posterior. Esa fue una modalidad de trabajo. Trabajamos mucho tiempo antes. Comenzamos en 2008 y los juicios comenzaron en 2010. Hubo mucho trabajo previo. Y, además, no trabajábamos en soledad. Estaban los organismos de Derechos Humanos acompañando. Trabajábamos con los abogados, con los fiscales, con las querellas. Era muy pensado en absolutamente todos los detalles. En las características de cada testigo, en el relato, en lo que cada testigo quería decir, en lo que podía decir. Y también nos encontramos con situaciones en donde tuvimos que trabajar y conversar previamente con el tribunal. Con algunas mujeres tuvimos la particularidad de que fueron víctimas de abusos sexuales muy graves, y algunas incluso estaban sus hijos, sus hijas, en situación de tortura, presenciando escenas gravísimas, muy crueles, de un nivel de inhumanidad terrible. Entonces recuerdo que hablé con el presidente del Tribunal, creo que fue en la causa Caballero, que le dije particularmente qué cosas esa testigo podía decir y qué cosas no. Hoy ya es otra cosa, pero los abogados defensores en ese momento eran muy terribles y apuntaban a la revictimización, a poner en duda y a culpabilizar a los y las testigos. Entonces ahí tenía que ver con que se pueda poner límites si surgía alguna cuestión de parte de la defensa y qué cosas era importante no preguntar porque la testigo no estaba dispuesta a hablar.
―Y después de brindar testimonio ante el tribunal, ¿cómo los veías? ¿Mejor, porque se sacaron un peso de encima y colaboraron para que haya una condena? ¿Peor, por el estrés que sufrieron al testimoniar? ¿Igual?
―Es una pregunta interesante porque en realidad el después llevó tiempo. En la inmediatez es muy difícil. Pero lo interesante es que de un tiempo hacia acá es que uno puede ver qué efecto tuvo el juicio. Una de las cuestiones que me llamaron mucho la atención es que el tiempo comenzó a correr. Algunos expresos se enfermaron, empezaron a envejecer. ¿Les hizo mal? No: el tiempo empezó a correr. Muchos tomaron decisiones importantes en sus vidas después del juicio, cosa que estaban postergadas, detenidas.
―Decisiones importantes ¿en qué sentido?
―Proyectos de vida, mudanzas, cambios de provincia, trabajos nuevos, renuncias, construcciones de parejas, separaciones.
―¿Fue una bisagra?
―Sí, porque era algo que estaba detenido y que tiene que ver con sujetos de deseos que podían ahora decidir sobre sus vidas, sobre sus cuerpos y no estar sujetados a la decisión de otros. Era un cambio de posición subjetiva a partir de la sentencia. Ahí sí había otro a quien contarle. Incluso muchos empezaron a tener una posición más activa en las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. A participar de espacios, a transmitir en las escuelas, a escribir.
―¿En algún momento se te acercó algún familiar de algún represor para pedir contención? Te lo pregunto porque hubo casos de hijos de genocidas que cuestionaron severamente los horrores que ejecutaron sus padres, y hasta incluso algunos pidieron cambiarse el apellido, como Mariana Dopazo, hija del genocida, Miguel Etchecolatz.
―No. Yo estuve en Buenos Aires en contacto con el movimiento de los “Hijos Desobedientes”, pero acá a mí no me pasó que se acercara algún familiar. Tampoco conozco otros casos.
―¿Qué cambios notás que hubo en los testigos/víctimas del primer juicio, allá por 2010, en la causa “Caballero”, en comparación con el último que se realizó este año, en la causa “Conscriptos”?
―Para mí fue bastante impactante porque un tiempo dejé de trabajar en el acompañamiento de víctimas de lesa humanidad debido a que comencé a trabajar con otras temáticas desde la Secretaría. Recién volví el año pasado a encontrarme con ellos en edad avanzada, algunos habían fallecido golpeados por el COVID. El aislamiento por la cuarentena volvió a traer en muchos de ellos la situación de la detención, del encierro, del miedo a la muerte, de estar sujetados al poder de otro. Trajo la reminiscencia y la reactualización de cosas que ya habían vivido. Y en muchos también vi la necesidad de que se siga haciendo justicia, pero ya de dejar de hablar.
“El aislamiento por la cuarentena volvió a traer en muchos de los expresos políticos la reactualización de cosas que ya habían vivido”
―¿Una situación de agotamiento, decís?
―En algunos, sí. Pero de agotamiento subjetivo. Muchos están grandes, otros declararon muchas veces. Por supuesto todos siguen con la intención de que se siga haciendo justicia y de que se sepan todos los hechos porque generalmente en su gran mayoría son los mismos imputados que ya están cumpliendo condena, pero se trata de nuevos hechos. Pero sí vi algo que tiene que ver con que el tiempo pasó y algunos están cansados.
―Hablemos del juicio por la Verdad por la Masacre de Napalpí. ¿Cómo se elaboró el plan de trabajo para el acompañamiento que hicieron con los descendientes de los sobrevivientes? ¿Fue el mismo equipo que con las víctimas de delitos de la dictadura?
―En aquel momento, éramos Silvana Pérez, yo y también Silvana Colussi que se había sumado. En el caso de Napalpí hubo un equipo nuevo que venimos haciendo el acompañamiento de los últimos juicios de lesa y con el mismo equipo el acompañamiento al juicio por Napalpí. Es un escenario con algunas semejanzas y muchas diferencias.
―Contame las semejanzas.
―Encontramos esta cuestión de la falta de confianza hacia el proceso judicial, nuevamente, pero en un escenario distinto. Fue muy importante el pedido de perdón de (el gobernador, Jorge) Capitanich (N.d.R: el gobernador pidió perdón a los pueblos originarios del Chaco en 2008, en nombre del Estado chaqueño, por la Masacre de Napalpí). Hubo muchas investigaciones y un trabajo fundamental de (el escritor e historiador Qom, fallecido en 2021) Juan Chico, quien a partir de la pregunta de su lengua materna, de la no transmisión de la lengua, es que inicia esa investigación buscando sobrevivientes para reconstruir lo que sucedió en la Masacre de Napalpí. Como antecedentes había investigaciones, existía la Fundación Napalpí, el IDACH (Instituto del Aborigen Chaqueño), pero sí en su momento en los delitos de lesa existían fuertes organismos de derechos humanos, como Abuelas y Madres (de Plaza de Mayo), H.I.J.O.S. Y acá había una cuestión mucho más chica y en algún punto no tan acompañada. Había cierta cuestión de soledad. De todos modos, se pusieron a hablar. Fue una desconfianza, pero no fue aquella. Nos encontramos con la particularidad del tiempo porque acá estamos hablando de casi un siglo. Y por otro lado la lengua, la cuestión de la cultura en particular.
―Las audiencias del juicio por la Verdad se realizaron en Resistencia, Machagai y Buenos Aires, pero el equipo de contención para los testigos se realizó en Machagai, ¿verdad?
―Nosotros armamos el dispositivo de acompañamiento en Machagai. Algunos testigos declararon en Resistencia, pero la mayoría de los testigos eran de allá. Los citamos en la Casa de las Culturas de Machagai, donde se llevó a cabo el juicio. Hicimos entrevistas individuales con las y los testigos en el mismo lugar donde iba a ser el juicio, que era una cuestión importante. No era una sede judicial, sino que iban a tomar la palabra en un escenario, frente a un público. Luego de la primera entrevista que tuvimos con ellos, armamos una serie de recomendaciones que le presentamos a la jueza federal (Niremperger). Y dentro de esas recomendaciones fue que ellos pudieran prestar testimonio en su lengua materna, en Qom.
―¿Eso no estaba previsto?
―Eso no estaba previsto. Fue una propuesta del equipo a partir de las entrevistas porque una de las principales cuestiones que fueron cercenadas y suprimidas, que quedaron en suspenso, fue la lengua. Eso es gravísimo: la no transmisión de la lengua por temor. Entonces, en una entrevista en particular donde un abuelo que era el nieto de una sobreviviente que nos contaba lo que había sucedido, en varios momentos no encontraba como decirlo. Y había un familiar que lo interpretaba en Qom y entonces ahí trataba de explicarnos. Empecé a escuchar que había intraducibles, incluso.
―¿Intraducibles?
―Hay una escena que te voy a contar con Salustiano Romualdo, que lamentablemente falleció (en junio de este año). Eran dos hermanos: Salustiano y Matilde fueron los de mayor edad en el juicio. Sus testimonios fueron muy conmovedores. Hasta último momento no sabíamos si iban a poder hablar o no. Salustiano estaba enfermo. Había estado internado incluso antes de declarar en el juicio, pero en la primera entrevista que tenemos con él, fundamentalmente él quería hablar de las tierras. Me acuerdo que me impactó mucho porque comenzó la entrevista, estaba él, su hermana al lado, una nieta de la hermana, acariciándole el cabello todo el tiempo, con mucha ternura, el abuelo empieza la entrevista diciendo: “Cuando ustedes llegaron, nos marcaron las tierras”. Nos decía a nosotras, pero en el mismo acto estaba hablando y contando lo que había pasado. Y contando la situación de lo que era antes, de lo que fue antes de la Masacre, de la balacera a los toldos de aquella mañana. Él cuenta una escena de un ave que se había presentado, que se llamaba Micay, seguramente no la pronuncio bien, pero él decía: “Micay”. Y lo mira a su hermano para que traduzca el nombre de esta ave, que intenta de alguna manera comparar con otra ave, su hermano decía que era como un murciélago que anunciaba malas noticias. Lo que contaba este abuelo Salustiano es que esa ave, Micay, anunció que iban a morir. Que a partir de esa escena muchos de los que estaban en la reducción “disparan” hacia el monte. En esos montes hay ahora una señalización que se llama (Cañada de) El Indio Disparado.
―Disparar hacía alusión a escapar.
―Al hablar de disparar se refería a salir a correr, sí. Disparar era huir. Entonces, yo le había pedido al intérprete que en el juicio él explique eso. Esto era muy importante porque la historia oficial decía que ahí hubo un enfrentamiento y que los indígenas atacaron a los policías, que como pasó en la Masacre de Margarita Belén, no había ninguna baja de parte de los policías. En la entrevista había cuestiones que sólo podrían ser dichas en Qom y por otro lado la abuela diciendo que ella jamás le iba a enseñar a su nieta a hablar Qom porque tenía miedo. Y en un momento, la abuela, en la segunda entrevista, me preguntó si la iban a detener si ella contaba lo que pasó. Esta abuela contó de los abusos sexuales a las mujeres y a las niñas. Y ella estaba negada a hablar en Qom, pero en un momento la nieta le dice que nos cante la canción que le cantaba su abuela a ella y la canta en Qom. Entonces yo ahí digo que ellos elijan, que no sea una imposición, y que tengan la posibilidad de dar testimonio en su lengua. Y que el intérprete sea elegido por ellos: esa fue la segunda recomendación. La jueza no sólo lo permitió, sino que incluso para la sentencia, ella pidió que se los convocara a estos intérpretes el día de la audiencia. Para mí eso fue una de las cosas más interesantes, pensando en esto, en lo reparatorio, en lo de la construcción de la verdad, que es el objetivo del Juicio por la Verdad.
“Una abuela, que era descendiente de sobrevivientes de la Masacre de Napalpí, me preguntó si en el juicio la iban a detener si ella contaba lo que pasó”
―¿Qué balance hacés del juicio, de lo que viste y cómo ves el impacto que tuvo en las comunidades indígenas de la provincia?
―No creo que esa pueda ser una pregunta que se pueda responder en este momento. A mí me llevó mucho tiempo poder pensar en el impacto de las sentencias en las víctimas de la dictadura cívico militar. Habiendo vivido lo otro, no puedo más que tener esperanzas de que eso pueda ser transformador, pueda haber un movimiento en relación a eso. Incluso, simultáneamente me toca acompañar a integrantes de las comunidades indígenas que son testigos/víctimas de violencia policial y entonces la esperanza que tengo es que algo de esto empiece a cesar. Que haya políticas reparatorias que pongan en su lugar la verdad y tengan otra posición dentro de la sociedad, con una participación activa.
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