Guillermo Amarilla Molfino, el nieto 98, recuperó su identidad gracias a la existencia del Banco de Datos Genéticos, un organismo científico pionero creado con el objetivo de ayudar a las Abuelas de Plaza de Mayo a encontrar a sus nietas y nietos apropiados por la última dictadura cívico-militar. El resguardo de las muestras genéticas hace posible estos anhelados reencuentros.
Miércoles, 1 de junio de 2022
En la TV están pasando un capítulo de “Televisión por la identidad”. Mientras mira, un joven de 27 años no puede evitar que una catarata de preguntas reboten en su cabeza. Se reconoce en mucho de lo que le pasa al protagonista: las circunstancias de su nacimiento, la profesión de su supuesto padre, la mirada castrense del mundo que le intentaban imponer. Y también comparte su duda esencial: “¿Seré uno de los nietos que están buscando?”. Para Guillermo Amarilla Molfino, esa pregunta no iba a tener una repuesta inmediata, pero sí llegaría finalmente gracias a la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo y a la existencia del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).
En los últimos meses de 2007, Guillermo –en ese entonces, Martín– sorteó sus temores y, al tiempo de ver aquel programa de televisión, se acercó a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Ahí, sumó evidencias: además de haber nacido en el Hospital de Campo de Mayo en 1980, su partida de nacimiento estaba firmada por el médico militar Julio César Caserotto, vinculado a la entrega de niños y niñas nacidos en cautiverio. Todo indicaba que sus dudas estaban fundamentadas. Pero para poder confirmar o no si era hijo de desaparecidos de la última dictadura cívico-militar, restaba un paso determinante: hacerse la prueba genética.
Cerca de 1.200 personas se acercan cada año al BNDG, enviadas por la Conadi) o por pedido del Poder Judicial. Allí se les extrae una muestra de sangre y analizan su ADN para saber si coincide con el de alguna de las familias que se encuentran en su base de datos. Actualmente, son 278 las que esperan y albergan la esperanza de encontrar a sus nietos y nietas víctimas de apropiación ilegal durante el terrorismo de Estado.
Guillermo fue al Hospital Durand, que es donde funcionaba en ese entonces el laboratorio –desde el 2015 tiene su propia sede sobre la calle Córdoba–. Tenía la certeza de que el resultado iba a ser positivo. Cuatro meses después, el 6 de marzo de 2008, recibió la noticia de que su perfil genético no coincidía con ninguna de las familias del Banco.
“Para mí, significó bajar la persiana y cerrar la puerta porque lo primero que pensé fue ‘cómo pude sospechar’. La culpa entra en juego”, rememora Guillermo. Siguió con su vida, pero su ADN también tomó su propio camino: pasó a formar parte de las muestras de “personas de interés” que dudan de su identidad –suman 12.000 en la actualidad– y que se conservan en el Banco para volver a ser comparadas cada vez que se agrega un nuevo grupo familiar a la base de datos.
El BNDG es una institución modelo, la primera en el mundo en su tipo, que se creó hace 35 años gracias a una búsqueda con la fuerza del pañuelo blanco: “La genética forense como se la utiliza hoy en día se desarrolló al calor de la pregunta de las Abuelas de cómo filiar con la ausencia de los padres”, destaca Nicolás Furman, responsable de Laboratorio en el Banco.
Antes de 1987, se había comenzado a obtener muestras e incluso se pudo lograr la restitución de Paula Eva Logares, en 1984, la primera nieta en la que se usó el “índice de abuelidad” de filiación genética abuela-nieta. “Pero ahí se empiezan a dar cuenta de que quizás el niño o niña, en ese entonces, que no dio con una familia podía dar con otro grupo o con otro que aparezca después. Así, se construye el Banco, con la idea de que cuando lleguen las muestras no se analicen casos uno a uno, sino contra toda la base de datos”, describe Furman.
Reconstrucción
Marcela Molfino y Guillermo Amarilla fueron secuestrados el mismo día en diferentes lugares, el 17 de octubre de 1979. Se cree que primero estuvieron en la ESMA y luego los llevaron a Campo de Mayo. La familia desconocía que Marcela estaba embarazada, así que únicamente habían denunciado el secuestro y la desaparición de la pareja pero sus patrones genéticos no integraban el BNDG.
En 2009, una sobreviviente informó en uno de los juicios de Campo de Mayo que una mujer había dado a luz en ese centro clandestino, en una fecha cercana a la del nacimiento de Guillermo. Gracias al trabajo de investigación y entrecruzamiento de datos, desde la Conadi se comunicaron con las familias Amarilla y Molfino para solicitarles sus muestras de ADN.
“Se cita a los familiares que estén disponibles: abuelos, tíos, hermanos, primos. Con la tecnología de hoy, cuanto más gente, mejor. Si están los cuatro abuelos, ya está saldado, la respuesta genética se encuentra”, explica Furman. Y detalla que “cada vez que ingresa una persona, independientemente de cuál sea la denuncia sobre ellos, se compara contra todos los grupos familiares que están buscando, y al revés”. Por eso, la incorporación de las muestras de ADN de ambas familias permitió un nuevo entrecruzamiento con las ya registradas.
A fines de octubre de 2009, los resultados confirmaron que Martín Gonzalo Jorge García de la Paz era hijo de Guillermo y Marcela, y el 3 de noviembre se restituía la identidad del nieto N° 98.
“Me llamaron un viernes de la Conadi y me dijeron que tenía que ir el lunes. Cuando llegué, me atendió Claudia Carlotto, la hija de Estela”, relata Guillermo, con una tranquilidad que refleja la felicidad que llegaría después. “Entonces –continúa–, Claudia me empezó a contar la historia de una familia. Yo no caía, hasta que cortó el relato y me dijo directo: es tu familia. ¿La querés conocer?”.
Guillermo recuerda que en ese momento no entendía mucho lo que estaba pasando porque no lo esperaba. “Ahí nos abrazamos, me contó que tenía tres hermanos y me dijo: viven en el Chaco y vinieron a verte”.
Cuando llegaron a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, la primera en recibirlo fue Estela de Carlotto. Guillermo todavía se acuerda de la alegría y los abrazos de todas las Abuelas por ese nuevo nieto que llegaba. Después, sabe que apareció toda su familia pero recién pudo reconstruir la escena por un video que grabó una prima, porque se había olvidado de los detalles.
La emoción fue grande: no solo estaban sus tres hermanos, también había tíos, primos. “Eran un montón. Habían llenado dos micros para venir”, resume y se ríe. Fueron gritos, “grito de desahogo, de alegría”, rememora.
Lo primero que pidió fue una foto de Marcela, su madre. “Una de las primeras cosas que quise hacer cuando llegué a Abuelas era ver una imagen de ella. La miré: ‘Ella es mi mamá’. Y fue así. Fue así desde ese día”. Ese gesto, esa imagen y la sensación de sacarse un gran peso de encima le dieron tranquilidad: “Es la diferencia que hay entre una vida de mentira y una vida de verdad”, resume Guillermo.
La construcción de su identidad le llevó un tiempo. “Hay un primer paso que tiene que ver con un resultado de ADN para saber la verdad. Pero los vínculos no se desarrollan a partir de un resultado genético. Después está todo el andar y toda la construcción identitaria que se va alimentando de recuerdos”, explica. Gracias a sus hermanos Mauricio, Joaquín e Ignacio y a toda la familia Amarilla Molfino, pudo tejer esos vínculos, armar el rompecabezas y rescatar las memorias de su padre y madre.
Una tarea clave
“Cuando una comparación da resultado positivo, lo primero que se hace es que se analiza todo de nuevo. O sea, se vuelven a tipificar los marcadores, se vuelven a hacer las comparaciones genéticas, se vuelve a estudiar el ADN y el mitocondrial, todo”, explica el jefe de laboratorio del BNDG, porque la clave radica en la confiabilidad y certeza del resultado. Recién ahí se comunican con la Conadi o la Fiscalía y las Abuelas. “Esos llamados son puro festejo”, añade y cuenta que en los cuatro años que hace que trabaja en el lugar tuvo “la suerte” de participar en tres restituciones.
La historia del Banco Nacional de Datos Genéticos
Guillermo Amarilla Molfino decidió dejar atrás no solo el apellido y la historia de sus apropiadores, también sus antiguos nombres y ponerse el de su padre: “El primer tiempo me había quedado con el primero, pero decidí cancelarlo a los dos o tres años de conocer la verdad porque ya no me representaba”. Tiene 41 años, una hija de seis y en su tiempo libre le gusta tocar instrumentos musicales. Toma mate amargo. Trabaja en el Museo del Espacio Memoria y Derechos Humanos (exESMA) y es parte de la organización Abuelas de Plaza de Mayo.
Habla pausado, dice que todo lo vivió como un momento de extrema felicidad. “Tuve la fortuna de que mi caso se haya resuelto antes del nacimiento de mi hija y que ella no tenga que vivir el daño de la apropiación. Sabemos que hay un traspaso generacional en este daño, que se multiplica y parece no tener fin. Ella nació y va a crecer con verdad y con amor”, reflexiona Guillermo, y sonríe mientras mira a la pequeña que anda dando vueltas.
Hasta ahora se restituyeron 130 identidades de nietas y nietos nacidos en cautiverio o secuestrados y entregados a apropiadores. El último caso se resolvió en 2019, pero la búsqueda no se detiene y hay nuevas generaciones que esperan: ya se habla de “les bisnietes”.
“Creemos que, contra viento y marea, lo llevaremos a cabo”, concluye Furman, en un nuevo aniversario de una institución argentina pionera, que forma parte esencial en la lucha por Memoria, Verdad y Justicia, y que a tres décadas de su nacimiento se enfrenta a un nuevo desafío científico: dar respuesta a la búsqueda de posibles bisnietos.
Fuente: Télam