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La actual vacante en la Corte Suprema de Justicia de la Nación será ocupada por una mujer. Y Zunilda Niremperger, jueza Federal de Resistencia, lo sabe. En esta entrevista con LITIGIO, Niremperger habló sobre su sueño de llegar a la Corte. También hizo pública por primera vez su posición en favor de la despenalización de la marihuana y explicó por qué rechaza la regulación del trabajo sexual. Contó además cómo es vivir con custodia las 24 horas, tras haber sido amenazada de muerte, y brindó detalles sobre su encuentro privado con el Papa Francisco. “Todos tendríamos que aprender de él”, afirmó. 

Martes, 28 de diciembre de 2021

Por Bruno Martínez 

Largo silencio. Zunilda Niremperger, jueza federal de primera instancia de Resistencia, hace un largo silencio cuando se le pregunta si algún funcionario le ofreció postularla para ocupar el cargo vacante en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, tras la renuncia de Helena Highton de Nolasco.

Es un tema del cual no quiere explayarse demasiado. Evidentemente la pone incómoda. No es para menos: la nutrida danza de nombres de prestigio que circulan en los pasillos del poder y la disputa subterránea para ubicar a la nueva jueza se siente particularmente intensa. Nadie que tenga pretensiones de ocupar un lugar en el Máximo Tribunal de Justicia del país quiere dar un paso en falso. Y Niremperger, claro está, quiere ser parte de esa discusión.

¿Por qué se habla de una jueza y no de un juez? El decreto 222, firmado por Néstor Kirchner en 2003, indica que la candidatura de un nuevo cortesano o cortesana deberá reflejar “las diversidades de género, especialidad y procedencia regional en el marco del ideal de representación de un país federal”. Actualmente, los cuatro ministros de la Corte son hombres.

¿Qué posibles candidatas sonaron hasta ahora? Se mencionó a Ángela Ledesma, jueza de la Cámara Federal de Casación Penal; Claudia Beatriz Sbdar, presidenta de la Corte Suprema de Tucumán; Marisa Herrera, doctora en Derecho por la Universidad de Buenos Aires; Ana María Figueroa, Jueza de la Cámara Federal de Casación Penal; Gabriela Vázquez, jueza de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo; Graciana Peñafort, directora de Asuntos Jurídicos en el Senado y Aída Kemelmajer, doctora en Derecho por la Universidad de Mendoza. Es decir: una compulsa nada fácil. De todos modos, hasta esta tarde de diciembre, la última palabra aún no está dicha.

Son las 17.15 y Niremperger baja de una camioneta que maneja su chofer personal. Enfundada en ropa deportiva, saluda con un apretón de manos, pide disculpas por haber pospuesto tantas veces esta entrevista y luego invita a LITIGIO a pasar a su despacho del Juzgado Federal de Resistencia, en Cangallo 165. Mientras sirve un café que saca de la pequeña cafetera que tiene justo al lado de su escritorio, comienza a responder algunas preguntas.

Usted mencionó en un reportaje que le gustaría llegar a la Corte Suprema. ¿Mantiene esa idea?

―He dedicado mi vida al servicio de Justicia. Me gusta lo que hago. Y como toda persona que se aboca a algo, quiere lograr los puntos finales de su carrera. Aunque nunca llegue. Pero es un camino hacia. Por eso, cuando alguien me preguntó sobre la Corte, dije que claro, que la meta final de cualquiera que comienza una carrera es llegar a la cúspide. Eso es normal. Que sea posible, no sé. A veces no ocurre. Pero sí estoy convencida que la Corte tiene que ser cubierta por mujeres, que debe haber un equilibrio y que debe ser del Poder Judicial. Existen personas que llegan de la política, del ámbito académico, pero se necesita alguien del Poder Judicial. Porque quien solamente ha pasado desde la Mesa de Entrada hasta la Judicatura es alguien que puede conocer los detalles de todos los problemas que hay en los espacios de la Justicia.

―Teniendo en cuenta que es el Poder Ejecutivo de la Nación quien propone al futuro juez o jueza de la Corte, ¿algún funcionario le ofreció postularla para ocupar esa vacante?

(Niremperger levanta las cejas y abre los ojos muy grande mientras aprieta los labios. Hace un silencio de varios segundos que lo descomprime con una risa corta. Después pide no abundar más en el tema y pasar a otra pregunta).

En una charla sobre trata de personas, le preguntaron si usted estaba de acuerdo con legalizar el trabajo sexual y respondió que no. Dijo que regularizar la prostitución sería “regularizar el maltrato y la violencia”. Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, sostiene por su parte que “mientras siga este trabajo de manera clandestina, lo único que se refuerza es la violencia institucional, el chantaje, la coima y las agresiones” y que la posición en contra de la regularización, conocida como abolicionista, está fundada en la “moralina”. ¿Qué piensa sobre esta postura?

―Mi posición es muy personal. Respeto la de los demás. Ella (por Orellano) está en un movimiento determinado. Yo estoy convencida que muchas personas no se reconocen víctimas porque quienes entran en este circuito no lo hacen porque eligieron entre la alternativa de estudiar o trabajar en una oficina, por ejemplo. Sino que en general vienen de un hábitat restringido de derechos. Si usted le pregunta de dónde vienen, cómo fue su familia o cómo empezó, hablan de violencia, de abuso desde muy pequeña, de muchas necesidades. Estas personas no entran en este circuito desde una decisión libre. Llegan por necesidades diferentes o porque la misma historia de vida que tienen las lleva a terminar en esta situación. Yo conocí y tengo experiencia en cuanto a personas víctimas de trata y de explotación de la prostitución a partir de los casos que me tocaron y de haberme involucrado bastante en cuanto a estudios, situaciones en otros países y congresos. Estoy convencida que la explotación de la prostitución y la trata de personas es parte de la cultura machista.

―¿Qué debería hacerse con los “clientes” de la trata?

―Si vamos a tomar a la trata o explotación de la prostitución como un delito, quienes consumen o quienes prostituyen son partícipes necesarios. No puede haber una trata sin que haya un “cliente”. Sin prostituyente no puede haber trata. Y el día que se persiga a los prostituyentes, la vida va a cambiar.

―Hablemos de narcotráfico. Teniendo en cuenta el aumento sostenido de ingreso de estupefacientes hacia el norte argentino, que antes era sólo un lugar de paso, ¿cree que se perdió lo que en algún momento de los años 80 se denominó como “la guerra contra las drogas”? 

―Decir que algo se pierde es irse a la casa. Yo si hoy digo que está perdida la lucha contra la criminalidad tengo que dedicarme a otra cosa. El narcotráfico ha avanzado notablemente. Las herramientas que tienen los narcotraficantes por lejos son totalmente dispares a las que tenemos desde el Estado. Las políticas no siempre han sido lineales en este sentido. Tampoco se han puesto todas las herramientas para poder contar con algo suficientemente fuerte para hacerle frente. Se necesita mucha prevención más que represión. Este no es un país donde se prevenga de manera suficiente. Las fuerzas de seguridad no tienen las herramientas, no son suficientes y además no están capacitadas. Tampoco están acostumbradas a prevenir, sino que, dada la falta de herramientas, de logística y lo mal pago que están, sólo se dedican a esperar a que el delito se produzca y después poder actuar. La “guerra contra las drogas”, que es un término de la administración del expresidente norteamericano, Ronald Reagan, llevó a un enfrentamiento contra el narcotráfico y todos los delitos relacionados con estupefacientes de una manera igual. ¿Qué quiero decir con esto? Hago lo mismo y tengo la misma forma de enfrentar al narcotraficante, que a la “mula” y que al consumidor. Porque el delito de estupefaciente incluye una cadena de muchos eslabones diferentes que son necesarios para que este proceso se produzca y ante los cuales el Estado no debe tener la misma actitud. No es lo mismo enfrentar al narcotraficante que a la persona que pertenece a los resortes más bajos de la sociedad, que son la mayoría de las personas que están presas por narcotráfico, que no tiene un peso y que solamente están trasladando. Y que justamente utilizan a mujeres pobres porque saben que, de última, si terminan en la cárcel, hay miles más. Y tampoco es lo mismo el tema del consumidor. Porque al consumidor hay que darle un abordaje desde la salud y no desde el derecho penal. En definitiva, la idea de “guerra contra las drogas” no le hizo bien a nadie.

―En 2015 se aprobó la Ley de narcomenudeo en el Chaco a partir de la cual se desfederalizó una parte de la ley de estupefacientes, delegándola en la justicia chaqueña. Esto hizo que el fuero local se dedique a apuntar a los eslabones más bajos de la cadena narco, aumentando notablemente la cantidad de operativos en kioscos de drogas y contra vendedores al menudeo. ¿Qué balance hace de la aplicación de esa norma?

―Nunca estuve de acuerdo con esta ley de desfederalización porque justamente significaba cortar un anclaje entre los eslabones más bajos y los más altos, lo que hace que las investigaciones estén parcializadas. Por un lado, la justicia provincial y la policía provincial que aborda los eslabones más bajos. Y por el otro, la justicia federal que va contra los eslabones más altos. Si bien a nosotros nos favoreció porque vamos por los casos más importantes, el problema es que a nosotros también se nos deprimieron totalmente los casos de investigaciones. Porque muchas veces se parte de un eslabón intermedio o bajo para seguir hacia los más altos. Esto llevó a que nosotros nos mejorara el funcionamiento del Poder Judicial Federal porque descomprimió un montón, pero también mostró que la mayor parte de los procedimientos eran por delitos muy menores. Por otra parte, mostró que no hay parámetros claros para poder intervenir en cuanto a las competencias.

―¿Tiene diálogo con los fiscales de narcomenudeo de la provincia?

―En algún momento tuvimos una relación muy cercana con los fiscales de la provincia para ver de qué manera abordábamos esta situación de división de competencias. Hasta donde intervenían las fiscalías provinciales y hasta donde las federales. En algún momento el nexo de comunicación se cortó. Seguramente todos somos responsables de eso. Deberíamos retomarlo, pero llegamos a una situación en la cual 50 kilos de estupefacientes son abordados por la Policía de la provincia y llevados a las fiscalías provinciales. Y de repente nosotros (por la Justicia Federal) tenemos un transporte de tres kilos de marihuana.

―A propósito de la marihuana, ¿qué opina sobre su despenalización?

―Creo que hay dos cuestiones que son importantes de tener en cuenta. Una de ellas es que la marihuana la están utilizando con efectos medicinales. No es lo mismo esa utilización que el uso recreativo. Pero también hay que reconocer que en nuestra sociedad hay un porcentaje altísimo de personas que la consumen. Y si seguimos mirando hacia otro lado de esta realidad y si seguimos en esta posición, creo que es sólo una postura moralista. Hay ideas que en algún momento fueron válidas, pero ahora ya no. Ahora que hemos avanzado y tenemos más conocimiento de cuál es el efecto de la marihuana y cómo repercute en la sociedad y cuál es el estado social del consumo, si seguimos así, va a seguir siendo clandestino. El comercio sigue avanzando y en realidad tampoco nosotros abarcamos ni el uno por ciento del comercio que existe en la sociedad. Hay cuestiones que se van desmitificando y otras que se van generalizando. No significa que porque el delito está en todos lados nosotros tengamos que legalizarlo. Pero en el caso particular, y por los efectos que tiene la marihuana en sí, estoy más de acuerdo con hacer un consumo regularizado y controlado. Prefiero un consumo controlado a una situación incontrolable como la que tenemos hoy. Justamente, ayer tuvimos una reunión con la Corte Suprema, con el doctor (Ricardo) Lorenzetti, los jueces de todo el país, de Cámara y Casación, por una comisión que se creó en 2015 sobre el narcotráfico para ver el estado de cosas, de qué manera trabajamos. Y lo que comentábamos es que la mayor cantidad de causas que hay de estupefacientes son las de transporte de marihuana. Entonces, no nos estamos preocupando por lo otro. Y mientras tanto sí hay muchísimos problemas con jóvenes, adolescentes y niños que salen y consumen en los boliches conocidos del centro de la ciudad todo tipo de drogas, que no son marihuana. Porque si uno está fumándose un porro, está “volando”, que seguramente no me gustaría que maneje, pero si se está tomando una pastilla puede terminar de cualquier manera.

―Le consulto sobre su seguridad personal. Actualmente, ¿tiene custodia?

―Tengo una custodia muy laxa.

―Cuando fue amenazada de muerte por el abogado (ya fallecido) Carlos Salvatore, condenado en la causa por narcotráfico conocida como “Carbón Blanco”, usted tenía una custodia mucho más fuerte.

Formalmente, la sigo teniendo. Pero en los hechos, me he desprendido de la mayor parte de los gendarmes porque hay que tener gente trabajando en un montón de lugares, porque hay pocos.  Cada día los magistrados piden sus custodias y guardias. Y entonces hay demasiado personal de seguridad ocupándose de custodias en lugar de estar trabajando en la prevención del delito. Por eso disminuí los números y ahora tengo un chofer y personas que están en la puerta de casa: una de día y dos de noche.

El último libro publicado de la jueza Niremperger, en coautoría con Francisco Roldán.

―¿Cómo es vivir con custodia?

―Mi vida cambió totalmente cuando empecé a ser jueza. Porque ser jueza requiere de muchas limitaciones. Lo básico: con quién te juntás, a donde vas. Aunque no tengas relación, hoy una foto o un video pueden perjudicar la imagen de un juez. A mi criterio, los jueces debemos tener una imagen más impoluta que el resto de los seres humanos porque estamos privando la libertad y juzgando sobre el patrimonio de las personas. Entonces tenemos que ser personas confiables y no que se nos relacione con cualquiera. Hay un montón de lugares que no voy, pero el día que fui amenazada y tuve la custodia real donde tenía tres personas conmigo todo el tiempo, se terminó también mi vida personal. También la vida de relación porque cualquier cuestión que una esté hablando, hasta por teléfono, hay tres personas que están escuchando. Tres personas totalmente ajenas a tu vida que comienzan a formar parte de tu vida, de tu intimidad, de lo cotidiano. Subir a la camioneta a la mañana, cuando vas a comprar algo, cuando vas a comer con alguien. Todo eso está registrado. Hay un solo sector donde nadie ve, que es la cocina y el dormitorio. Nada más. Después, todas las personas que entran o salen de mi casa, con quien me relaciono, con quien hablo, a donde voy, a donde viajo, qué consumo, cuánto, qué compro, cuánto gasto, los detalles más tontos son expuestos cuando una está con custodia. Hay gente que le encanta eso.

¿Hay funcionarios judiciales que les gusta vivir con custodia?   

―Sí. Creen que les da algún tipo de status.

―¿Y emocionalmente la llegó a afectar esta situación?

―No. No soy fácil de sensibilizar.

―Usted mantuvo una reunión privada con el Papa Francisco en marzo de 2014. ¿Cómo se dio esa reunión y de qué hablaron?

―Estuve en una entrevista personal de 40 minutos con el Papa, en una primera invitación que me hizo. Esa reunión tenía que haber sido en 2013. En ese momento yo estaba subrogando (el juzgado federal de primera instancia de) Formosa y no pude ir. Justamente, Gustavo Vera, de la fundación La Alameda (dedicada a la lucha contra la trata de personas)…

―¿Usted es amiga de Vera?

―Somos cercanos en cuanto a este vínculo que tenemos de la lucha contra la trata.

―¿Él hizo de nexo con Francisco?

―Fue así: Francisco estaba convocando a determinadas personas de Argentina para saber el estado de cosas. Hubo una reunión sobre la trata que yo no pude ir. Esa que me había dicho Gustavo Vera. Me comentó que tenía que ir a Roma porque Francisco quería saber el estado del tema. Le dije que no podía ir para esa fecha. Él avisó. Luego me mandó una carta (Fabián) Pedacchio, quien es el secretario personal de Francisco, diciéndome que el Papa me iba a recibir para hablar sobre cuestiones de mi función. Le dije que tenía programado hace bastante tiempo un viaje hacia allá para marzo. Entonces me dijo que sí, que no había problema. Pero que tenía que ser tal día porque al otro día él viajaba. Entonces le dije que sí, con mucho gusto. Llegué ahí. Me dijeron que podía parar en un lugar que era un lugar dentro del Vaticano, frente a San Pedro. Él me iba a recibir frente a Santa Marta. En la entrada me anuncié, me hicieron pasar. Me recibió Pedacchio. Me hizo sentar en una oficinita pequeña. Y me dijo que espere, que me iban a venir a buscar. Mientras esperaba, se abre la puerta y era Francisco. Me subió y me bajó todo. Me agarraron unos nervios totales.

―¿Trató alguna vez con el Papa antes de ese encuentro? 

―No. Sabía de su trabajo contra la trata de personas con la Alameda y por su relación con Gustavo Vera, pero personalmente no. Hasta ese momento nunca había valorado tanto el hecho de estar con el Papa. Lo que sí pensaba en mi vieja que se había muerto hace poco y ella hubiera estado muy contenta. Ella era muy creyente. Volviendo a la reunión: cuando aparece Francisco me dice “Gracias, por venir, con todo el trabajo que usted tiene”. Se sentó así, como estamos acá. Me preguntó: “¿Y cómo está el Chaco? ¿Y el Coqui (por Jorge Capitanich)? ¿Cómo anda?”. Me preguntó sobre mi trabajo y le conté sobre el narcotráfico y la trata. Me habló de la necesidad de restaurar las escuelas técnicas porque de ahí salen personas con un oficio, preparadas para alguna tarea. Hablamos de todo. Le dije que mi sobrino se llama Francisco y que también mi papá. En un momento le dije: “Disculpe, ¿cómo lo llamo?”. Porque Santo Padre no me salía. “¿Le puedo decir Padre?”. “Sí, padre o Francisco, dígame como quiera”, me respondió. Era una tranquilidad, una simplicidad total. Tendríamos todos que aprender de él.

―¿Y en relación al narcotráfico?

―Me preguntó cómo estaba la situación. Y que le preocupaba bastante porque había tenido conocimiento de la situación en Salta, de cómo estaba entrando la droga por todos lados y que le preocupaba los chicos que estaban consumiendo paco en Buenos Aires. Yo le hablaba de la frontera de Formosa y Salta también, que es un camino necesario para el ingreso de droga. Y después hablamos de cosas simples, como lo simple que es él. Yo le había llevado mi libro. Él me regaló un rosario. Y me dio un correo electrónico para conectarme con él.

―¿Usted es creyente?

―Creo en Dios, pero no soy practicante. No creo en las religiones. En ninguna. Creo sí en la ley de la causa y efecto.

―¿En el karma?

―No lo tengo claro. Pero creo que hay un orden natural de las cosas y que todo aquel que se oponga a ese orden le va mal.

―Pero hay gente que le va bien haciendo el mal.

―Eso es relativo. Depende de la valoración que uno haga del concepto de irle bien a alguien. Conozco gente que vive muy atormentada por sus adentros. O que es muy acaudalada y tienen problemas con sus hijos. O que se roba todo y después no sabe qué hacer con ello, y vive triste. No sé si a todos les va como uno cree. Dependerá un poco la visión que tiene uno de las cosas. Pero creo que, si uno va en determinado sentido, haciendo lo que corresponde conforme al proyecto por el cual uno vino, se van abriendo las puertas. Y vas tranquilo, asegurando los pasos que das. De hecho, creo que hay una ley de la naturaleza que es muy clara y que los hombres y mujeres no estamos exentos de ello: por ejemplo, cuando vemos que cada determinado tiempo hay catástrofes mundiales a donde mueren muchísima gente. Esas cuestiones las leo como algo que tiene que ver con un cauce normal de los acontecimientos. Que cuando vos moviste una ficha en la naturaleza, en el mundo, que va en contra de las leyes naturales, algo va a pasar. Van ocurriendo cosas que van ordenando por sí mismo el universo. Creo esto porque, además, me es más útil creer que no creer en nada.


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