Juan Carlos Maqueda postuló a Rosatti y Carlos Rosenkrantz, que luego se votaron a sí mismo. Los otros jueces, Ricardo Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco no participaron. En la Rosada hablan de “papelón”.
Por Irina Hauser
En un acuerdo extraordinario que tuvo una gran pátina de escándalo, Horacio Rosatti fue designado este jueves como nuevo presidente de la Corte Suprema en reemplazo de Carlos Rosenkrantz, que será su vice, por los próximos tres años. Desde hace varias semanas que se hablaba dentro y fuera del tribunal de la designación de autoridades. Lxs supremxs, se suponía, apuntaban al próximo martes como día para la votación interna pero una convocatoria sorpresiva que Rosenkrantz envió por escrito aceleró el trámite. Ricardo Lorenzetti, que ya se sabía derrotado pese a sus insistentes intentos de cosechar apoyo, ensayó un boicot al avisar que no podría estar porque tenía una reunión del Unidroit (Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado). Quien pidió formalmente postergar el encuentro fue Elena Highton de Nolasco y, como no le dieron cabida, enojadísima y en solidaridad con su colega, decidió no participar. Conclusión: Juan Carlos Maqueda postuló la fórmula victoriosa, que se votó a sí misma para obtener los tres apoyos necesarios. Parece que la Corte ya tiene su propia grieta.
Rosatti y Rosenkrantz son los dos jueces que designó Mauricio Macri durante su presidencia. A propuesta del operador prófugo Fabián Rodríguez Simón, el expresidente intentó nombrarlos por decreto. Fue su primera medida de gobierno, que cosechó entonces un gran rechazo –en parte interno– y tuvo que mandar los pliegos al Senado, que al final los aprobó con holgura. Rosenkrantz, como él mismo dijo para explicar 59 llamadas telefónicas durante el gobierno de Cambiemos, es amigo de “Pepín”. A Rosatti lo había sugerido Elisa Carrió, como candidato de consenso, por tratarse de un peronista, católico, santafesino, que había sido Procurador del Tesoro y Ministro de Justicia del gobierno de Néstor Kirchner, antes intendente de Santa Fe y convencional constituyente. En la Casa Rosada lo observan con desconfianza. Allí, después de la votación reducida a tres supremos, se repetía la palabra “vergüenza” y el comentario “van tres a la votación y dos de ellos se votan a ellos mismos, un papelón”. Aun así, un sector del oficialismo guarda expectativas con la nueva gestión de Rosatti. “Mejor malo por conocer”, ironizaban con inquietud en un despacho, desde el cual esperan poder entablar algún diálogo, algo que hasta ahora existía por canales selectos solo con Lorenzetti que suele vincularse con múltiples interlocutores del mundo político, judicial y empresario, como método de conservación de poder.
En la Corte explican por estas horas que al elegir autoridades es natural que lxs supremxs se autovoten. Pero no es un hecho tan lineal y común en la historia cortesana. El día que Julio Nazareno se votó a sí mismo cuando todavía existía la mayoría automática menemista, cuatro de sus pares de la vieja Corte de nueve miembros que no lo querían en ese lugar lo cuestionaron abiertamente. Si Rosatti y Rosenkrantz no se elegían a sí mismos, no existía la elección, al menos este jueves. La pregunta ahora es por qué no esperaron como se preveía hasta la semana próxima, teniendo en cuenta que el mandato actual termina el 30 de septiembre. Por qué dejaron avanzar un escenario institucionalmente precario. Una versión indica que Highton y Lorenzetti, ya resignado éste a que no le tocaría el trono, intentaron hasta las últimas horas la reelección de Rosenkrantz, con la jueza nuevamente como vice. De modo que esa posibilidad estaba latente. Este modo de elegir entre lxs mismxs supremxs a sus propias autoridades por mayoría está vigente desde la época del golpe de 1930, cuando la Corte avaló al gobierno de facto.
Así las cosas, este miércoles Rosenkrantz sacudió al tribunal con una nota enviada a sus colegas en las que llamaba a una acuerdo extraordinario para las 12 del día siguiente y por Zoom. El texto de la acordada que finalmente se firmó ofrece una cronología de lo que vino después: “A las 10.34 horas del día de hoy (jueves 23) el Sr. Ministro Ricardo Luis Lorenzetti comunicó que se encuentra imposibilitado de asistir al presente acuerdo extraordinario convocado para el día de la fecha en virtud de estar participando de las reuniones de UNIDROIT y en las cuales actúa en calidad de miembro del Governing Council (sic)”; “a las 11.15 horas del día de hoy la Sra. Ministra Elena I. Highton de Nolasco solicitó la postergación del acuerdo extraordinario por no estar presente el Sr. Ministro Ricardo Luis Lorenzetti”; y “a las 11.49 horas el presidente del Tribunal comunicó a todos los ministros ´que en virtud de que la ausencia de alguno de los ministros no constituye un impedimento legal para la celebración del acuerdo convocado, será celebrado en los términos de su convocatoria'”.
El encuentro fue peculiar: los asistentes hicieron un Zoom desde sus despachos en el cuarto piso del Palacio de Justicia. Maqueda postuló la fórmula Rosatti-Rosenkrantz, obviamente apalabrada por el propio trío reunido, y con esas tres voluntades se resolvió la definición de las nuevas autoridades. La acordada lleva también una firma: la de Daniel Marchi, el secretario general de administración, que en otros tiempos fue leal a Lorenzetti, pero se acomodó a cada contexto.
El evento en el que participaba Lorenzetti se hacía en Roma, pero él estaba en su casa en Rafaela y tampoco le tocaba exponer allí. Desde su vocalía difundieron que el llamado al acuerdo extraordinario había sido algo “no habitual” porque los plenarios son los martes y que el supremo pedía “normalizar” la elección. A la mañana tuvo una conversación con Rosenkrantz, quien según pudo saber Página/12 le retrucó: “no estás de licencia, no me estás ofreciendo hacerla mañana ni cuándo”. Para Lorenzetti era evidente que ya tampoco lograría convencer a Rosenkrantz de que reeligiera. Highton se comunicó con sus colegas y mandó e-mails reclamando la postergación para que todos participaran de tan importante votación. La resistencia de ambos fue en vano, no funcionó. La jueza estaba espantada y se quejaba de que era una falta de respeto. Decidió no concurrir al acuerdo. En condiciones normales no descartaba darle finalmente su voto a Rosatti. La ausencia de dos supremxs en la elección de presidente/a es algo atípico y sintomático. La foto del final del día es la de una Corte fracturada, con destino incierto.
En Tribunales es conocido que la gran pelea de fondo es entre Lorenzetti y Rosatti y se remonta al 11 de septiembre de 2018 –aunque antes también– cuando el primero fue desplazado de la presidencia suprema en la que llevaba once años con de una especie golpe palaciego. El arquitecto en las sombras de aquel acontecimiento que a Lorenzetti lo tomó desprevenido, cuando creía que tenía posibilidades de seguir al mando, fue Rosatti, que impulsó entonces a Rosenkrantz, el hombre que mejor cuadraba ante los deseos del gobierno de Macri y con el que tenía evidente sintonía, aunque su gestión como presidente supremo no acuñó actos muy memorables. Es más, uno de los cambios más significativos también ocurrió por una idea de Rosatti, amasada con Maqueda y en alianza entonces con Lorenzetti: vaciaron a Rosenkrantz de poder al establecer un funcionamiento que impide que el/la presidente/a de la Corte tome decisiones por sí mismo/a, incluso las administrativas, presupuestarias y salariales y que para eso se requieran tres votos. Rosenkrantz se había enojado en su momento, pero días atrás –y en una señal hacia el nuevo presidente electo– le dijo al periodista Joaquín Morales Solá que con el tiempo había cambiado de idea y hoy elogia ese funcionamiento colegiado.
Rosatti trabajó lenta y puntillosamente desde aquel derrocamiento de su colega por llegar cómodo a la presidencia suprema, aunque la convocatoria precipitada hace suponer que no aterrizó con el confort interno esperado. Con quien más funcionó en equipo todo este tiempo fue con Maqueda, el otro peronista de la Corte que también fue convencional constituyente. Confeccionaron juntos votos relevantes para todos los gustos: como el que respaldó la presencialidad en las aulas de la Ciudad de Buenos Aires, a favor de Horacio Rodríguez Larreta y la autonomía porteña; o el que, en la misma línea de las autonomías locales, obligó a Esso/Axion Energy a pagar tasa de seguridad e higiene en Quilmes; y otras decisiones contra empresas, cómo la que dice que Molinos Río de la Plata debe pagar ganancias por sedes en otros países. Paradójicamente, estós últimos fueron fallos irritantes para el macrismo. Pero hay muchos asuntos claves pendientes en el alto tribunal, desde una cuestión vinculada al Correo hasta viejos planteos de Cristina Fernández de Kirchner en siete causas. Aunque piensen distinto, Rosenkrantz le debe a Rosatti en buena medida sus tres años de presidencia, y jugó de su lado, asegurándose la permanencia como segundo.
El enigma es cómo se encauzará el funcionamiento de la Corte después de estos sucesos que la muestran resquebrajada. Hay que ver cómo se logran acercamientos, si los hay hacia adentro y hacia otros ámbitos. La relación de Rosatti con Alberto Fernández quedó resentida cuando dejó el gobierno de Néstor Kirchner, con diferencias en torno del caso AMIA y al no querer firmar un convenio para la construcción de cárceles en el que sospechaba irregularidades. Pasó mucho tiempo. Tal vez, el tribunal tenga la oportunidad de un cambio de rumbo o de delinear un perfil que la vuelva más empática y colabore con rescatar la tradicional mala imagen de la Justicia.
Por lo pronto Rosatti –que asume su presidencia el 1 de octubre– dijo esta semana en un Panel sobre Independencia Judicial (una de esas definiciones muy usadas y no siempre aplicada) de la Federación Argentina de la Magistratura (FAM) algo que parece un mensaje: “Se pide a los jueces que no jueguen a ser políticos y me parece muy bien. No hay que jugar a ser político. Desde la judicatura a los políticos que se respeten las decisiones judiciales. El principio de división de poderes, el sistema republicano es un sistema de ida y vuelta. Puede haber interrelación, cómo nos gusta decir. Puede haber interrelación sin interferencia entre los poderes a condición de que respete cada uno su competencia”.
Fuente: Página/12