El 4 de agosto de 1976, hace 45 años, Enrique Angelelli, obispo católico de La Rioja, fue asesinado por decisión de la entonces dictadura militar. Tuvieron que transcurrir 38 años para que, después de muchas idas y vueltas en los tribunales, la justicia argentina reconociera aquel asesinato y condenara, el 4 de julio de 2014, a cadena perpetua como autores intelectuales del delito a los represores Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella.
Aún hoy se desconoce la identidad de los autores materiales del homicidio. La Iglesia Católica demoró todavía más para asumir institucionalmente el martirio del obispo riojano. En 2018, siendo ya papa Jorge Bergoglio, calificó el asesinato como in odium fidei (muerto por odio a la fe) y abrió el camino para que el 27 de abril de 2019, en una misa celebrada en La Rioja, el cardenal italiano Giovanni Angelo Becciu -enviado desde el Vaticano- proclamara como beato no sólo a Enrique Angelelli sino también a los sacerdotes Gabriel Longueville, Carlos de Dios Murias y al laico Wenceslao Pedernera. Dos semanas antes del homicidio del obispo, los últimos tres habían caído también bajo las balas de la dictadura en la localidad de El Chamical y hasta ahí fue Angelelli junto a su vicario episcopal, Arturo Pinto, para recoger testimonios y documentación del hecho. Querían elaborar un informe para enviarlo al Vaticano. Al regresar a la capital riojana ocurrió el asesinato en plena ruta. Para la justicia Menéndez y Estrella fueron “responsables de una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo de Estado en contra de Enrique Angelelli y Arturo Pinto”, según dejaron asentado en el fallo condenatorio.
Hoy Angelelli es venerado en los altares y la Iglesia Católica lo presenta como un testimonio ejemplar de vida cristiana. El obispo, uno de los pocos que se opuso abiertamente a la dictadura militar, sabía de antemano que había sido elegido como un blanco por las fuerzas represivas. A pesar de ello siguió con su prédica a favor de los pobres y desoyendo las recomendaciones de muchos de sus allegados para que abandonara su diócesis y se protegiera. Uno de sus grandes amigos, el obispo Miguel Esteban Hesayne, otro de los defensores de los derechos humanos dentro del episcopado católico, lo consignó en un testimonio. Según Hesayne el obispo Angelelli le confesó que “si me escondo o me voy de La Rioja, seguirán matando a mis ovejas” .
Cordobés de nacimiento Enrique Angelelli trabajó como sacerdote junto a la Juventud Obrera Católica (JOC) y a los 45 años fue nombrado obispo de La Rioja. Para entonces ya había sido parte del Concilio Vaticano II que comenzó un profundo proceso de renovación de la Iglesia Católica de la mano del papa Juan XXIII.
Pocos días antes de su muerte, el 22 de julio de 1976, hablando en El Chamical y después de producido el asesinato de sus colaboradores, el riojano pronunció una homilía en la que afirmó que “este pueblo, como cualquier otro del país, necesita pastores que sigan haciendo lo que Carlos y Gabriel hicieron hasta ahora, y por lo que murieron”. Y agrego que “ellos han entregado la vida, no por tontos, ni por cándidos, sino por la fe, por servir, por amar, para que nosotros entendamos qué es servir, qué es amar, qué es no ser tontos”.
En la misma oportunidad le dijo a sus feligreses que “no hay ninguna página del Evangelio que nos mande ser tontos. Cristo nos enseña a ser humildes como la paloma y astutos como la serpiente; nos manda tomar la cruz de cada día y seguirlo; nos manda que nos gocemos en la persecución; nos manda ser mansos de corazón, y tener alma y corazón de pobres; Él nos manda buscar a los más necesitados porque son los privilegiados del Señor, y no rechazar a nadie, porque suya es la respuesta para todos los hombres y para todo hombre, aunque se quiera dudar de esta verdad”.
“Un oído en el pueblo y otro en el Evangelio” fue uno de los lemas que popularizó Angelelli y que hasta hoy se levanta como una consigna por parte de quienes, desde la fe cristiana, buscan seguir sus pasos. El obispo también hizo suyas en muchas ocasiones las palabras de arzobispo brasileño Helder Camara quien solía recordar después del Concilio que “si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”.
Marcelo Colombo, actual arzobispo de Mendoza y vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal fue uno de los principales impulsores de la beatificación del mártir riojano. Entrevistado por Página 12 en el momento en que se anunció la noticia del reconocimiento martirial Colombo sostuvo que Angelelli “fue un obispo que asumió plenamente su misión de buen pastor entre su gente, preocupado por anunciarles a Jesucristo y, a la vez, ayudarlos a salir adelante, a crecer en la conciencia de su dignidad, a animarlos a organizarse para afrontar solidariamente la dura vida de los pobres”.
Por Washington Uranga
Fuente: Página/12