El 6 de julio de 1977, la dictadura secuestró a abogados que defendían trabajadores en Mar del Plata, en la que se conoció como “La Noche de las Corbatas”
Así, el gobierno de facto pretendía enviar otro mensaje disciplinador hacia el conjunto de la sociedad argentina, pero en especial a quienes ejercían la profesión de la abogacía. Ese grupo de abogados laboralistas había tenido una activa participación en la defensa de los derechos de los trabajadores. Entre ellos se encontraban los compiladores de la Ley de Contrato de Trabajo (LCT), los que elaboraron convenios colectivos por actividad y habían sido letrados aguerridos, que utilizaban el derecho laboral como una trinchera política: los unía la defensa de los trabajadores en la disputa entre capital y trabajo. Cinco de ellos aún permanecen desaparecidos.
El 19 de marzo de 2004 la Junta de Gobierno de la Federación Argentina de Colegios de Abogados (FACA) instituyó el 6 de julio como el “Día nacional del abogado y la abogada víctima del Terrorismo de Estado”. En tanto, en diciembre de ese mismo año, el Congreso Nacional sancionó la ley 27.115 por la que los 7 de julio se conmemora el “Día del abogado y la abogada laboralista”, en homenaje a los abogados secuestrados en lo que se conoció como “La noche de las corbatas”.
La tortura y el asesinato se llevaron adelante en el centro clandestino denominado “La Cueva”, de la base aeronáutica de la ciudad de Mar del Plata: todas las víctimas ejercían la abogacía en la rama laboral. El operativo se extendió entre las noches del 6 al 8 de julio. En el resto del país también sufrieron las vejaciones de la dictadura otros abogados y abogadas que defendían los derechos de las personas detenidas y desaparecidas.
A modo de homenaje hacia aquellas y aquellos que lucharon por una sociedad más justa, queremos compartir un fragmento escrito por Jorge Giles, que relata la realidad de aquellos días.
Ligas Agrarias*
Y fue así nomás. Metieron presos a casi todos los dirigentes de las Ligas, familias enteras de chacareros fueron a parar a la cárcel y, ya que estamos, inauguraron los ” botines de guerra”, llevándose de las chacras alguno que otro chanchito al que no le abrirían causa judicial ni lo acusarían de subversivo, pero eso sí, terminaría en el horno o asador de más de un milico.
A algunos compañeros los apresaron en pleno campo, a otros los fueron a buscar a las casas que habíamos alquilado por aquellos días, y a otros a una pensión familiar del pueblo. En mi caso, cuando fui para comer al mediodía a una fonda pueblerina de Villa Ángela, ya me estaban esperando con una pistola apuntando a mi cabeza.
No se salvó nadie. Ni los chanchos.
Fue gracioso, en medio de los primeros tormentos, ver aparecer al abogado de las Ligas Agrarias entrando por el pasillo del penal de Sáenz Peña, donde nos concentraron.
¿Por qué gracioso?
Porque él venía con paso muy firme, con las manos atrás cómo era su costumbre de fina educación y custodiado por dos bigotudas enormes que lucían uniforme gris de la policía provincial.
Claro, la alegría fue grande para nosotros que empezamos a volar alto: ya salimos, ahí nos mandaron al abogado para llenar los papeles, y lo que tenemos que decidir sobre la denuncia por apremios ilegales en la comisaría Villa Ángela, y si lo mandan al tordo es porque los muchachos se movieron bien.
Las ilusiones que no hicimos duraron muy poco, ya que caímos estrepitosamente desde un piso veinte de la inocencia libertaria: vemos asombrados que el doctor Lucho Rodríguez pasa por delante de nosotros sin detenerse y ni cinco de bola. Al mirarlo pasar recién nos avivamos de que las manos las llevaba atrás no por costumbre ni coquetería tribunalicia sino porque iba esposado y encadenado, igual que lo estábamos nosotros.
El Beto Menéndez me miró y reflexionó en voz alta:
—Ahora sí que estamos jodidos. Hasta el abogado está en cana.
*Jorge Giles, texto extraído del libro “La risa no se rinde”.