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La cuarta jornada del juicio por la verdad por la Masacre de Napalpí se llevó este martes, en la Casa de las Culturas de Machagai. Declararon descendientes de sobrevivientes e investigadores indígenas. La pérdida de la lengua materna y de la identidad cultural por el miedo que sembró la Masacre en las comunidades fue un tópico que se repitió en casi todos los testimonios. Las audiencias continuarán el 10 y 12 de mayo, en el Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti” (Ex ESMA), en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Martes, 3 de mayo de 2022

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

Por Bruno Martínez (Cobertura conjunta con Agencia Perycia)

Poco más de tres horas y media duró este martes la cuarta audiencia del juicio por la verdad por la Masacre de Napalpí. A diferencia de las tres primeras que se realizaron en Resistencia, esta se desarrolló en la Casa de las Culturas de Machagai, lugar cercano a donde se perpetró la matanza de más de 300 indígenas en 1924.

Fueron doce las personas que brindaron su testimonio, entre descendientes de quienes sobrevivieron a la Masacre e  investigadores indígenas. “El objetivo final de este juicio por la verdad es hacer una declaración judicial de lo que habría acontecido, como una forma de reivindicar la memoria histórica y a las comunidades”, remarcó en la apertura de la audiencia la jueza Federal de Resistencia, Zunilda Niremperger. Añadió que esta instancia judicial tiene una “función social” que busca “activar la memoria” para poder crear “una conciencia colectiva en defensa de los derechos humanos fundamentales, para que estos hechos no se repitan”.

Las partes del juicio estuvieron representadas por los fiscales, Diego Vigay y Federico Carniel, en representación del Ministerio Público Fiscal. Por la secretaría de Derechos Humanos del Chaco, querellante en la causa, estuvieron presentes la secretaria de la cartera, Silvana Pérez; la subsecretaria, Nayla Bosch y el abogado patrocinante, Duilio Ramírez. En tanto que el abogado Emiliano Núñez fue el encargado de representar a la querella por parte del Instituto del Aborigen Chaqueño (IDACH).

“Buscaban a las guainas”

La primera en brindar su testimonio fue Matilde Romualdo. Matilde tiene 90 años y es nieta de Lorenza Molina, sobreviviente de la Masacre. Con un pañuelo sobre su cabeza y una simpatía encantadora, la testigo contó que se acuerda poco y nada de lo que su abuela le contó porque ella era muy joven en ese entonces y no le prestaban mucha atención. Durante todo su testimonio, estuvo acompañada por Carolina Fule, psicóloga de la Secretaría de Derechos Humanos del Chaco.

De lo poco que recordaba, comentó que sí sabía que hubo una matanza y que su abuela logró escapar. “Ella disparó; por eso se salvó”, dijo. Además, denunció que los policías que perpetraron esa masacre también abusaban de las mujeres jóvenes indígenas de la reducción Napalpí y luego las asesinaban. “Buscaban a las guainas y las mataban”, fueron sus palabras.

El intérprete que acompañó a Matilde, Victorino Ramírez, aclaró el sentido de una palabra que podría generar confusión en el tribunal por el uso que le dan las personas indígenas mayores. Se trata del verbo “disparar”.

Para los criollos y gringos, disparar significa accionar el gatillo de un arma de fuego para que se precipite un proyectil, atacar a alguien a balazos. Para las comunidades indígenas, en cambio, disparar significa lo contrario: salir a correr, escapar, huir.

“Nos querían hacer desaparecer”

“En primer lugar vamos a agradecer a Dios por el lindo día”, dijo en perfecto castellano Salustiano Romualdo, hermano de Matilde y también nieto de Lorenza Molina, sobreviviente de la matanza. Luego continuó su declaración de manera íntegra en lengua Qom, asistido por el intérprete Ramírez.

De 84 años, Salustiano contó que antes de que existieran las reducciones indígenas, virtuales campos de concentración donde se obligaba a los pueblos originarios a trabajar en condiciones de esclavitud, el pueblo Qom era nómade y se trasladaban de un lugar a otro sin problemas. “Antes de la llegada de los criollos no había alambrados, todo era libre”, relató.

Consultado si, de acuerdo al relato de sus antepasados, sabe cuántas personas murieron en Napalpí, el testigo respondió que fueron muchos, sin precisar cantidad. “Había niños, mujeres. Eran golpeadas o heridas y lo enterraban en ese lugar. Eso fue la matanza de Napalpí. Nos querían hacer desaparecer a toda nuestra comunidad”, dijo.

“Si alguien denunciaba la Masacre, los mataban”

“Yo quiero hablar en mi dialecto toba lo que me contó mi anciana madre y acá mi hermano de mi comunidad lo va a traducir”. Así se presentó en la audiencia Sabino Irigoyen, hijo de Melitona Enrique, sobreviviente de la Masacre de Napalpí. Ángel Chiquilin fue su intérprete.

De 65 años de edad, Sabino recordó que Melitona hablaba mucho de lo que ocurrió en Napalpí. De la balacera, de los indígenas que se salvaron huyendo hacia el monte y del avión que sobrevoló en las horas previas arrojando caramelos para que las comunidades en huelga se aglutinen en un solo lugar y así los policías, gendarmes y colonos los pudieran exterminar de manera más eficaz.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

También contó lo que ocurrió antes de la huelga, lo que la provocó: la existencia de un panorama de explotación laboral insostenible, con personas trabajando en labores pesadas, como el destronque y la cosecha, desde el amanecer hasta la puesta del sol, y que recibían como paga algo de comida y ropa. Nada.

“Entonces decidieron hacer un reclamo para que haya un aumento de lo que le pagaban por su trabajo. Los que supervisaban a los obreros no estaban de acuerdo. Le decían que se conformen, que sigan trabajando”, comentó.

Al pasar los días los que supervisaban el trabajo se comenzaron a inquietar por la huelga. “Se comunicaron con las autoridades y entonces el mensaje era que si no dejaban de protestar iban a tener una consecuencia grave. Pero la gente igual no dejaba de reclamar. Y así aquel reclamo duró más o menos un mes”, explicó.

El día de la Masacre, los policías primero dispararon al aire y luego a los cuerpos. Sabino contó que su mamá le dijo que en ese momento empezaron a ver personas que caían muertas a causa de las balas de plomo y que ella, en ese momento, salió a correr para protegerse. Y mientras corría hacia el monte, junto a su papá y un sobrino, veía cómo otros se desplomaban a su lado.

Melitona, junto a parte de su familia, estuvo escondida en el monte, en la parte más frondosa y difícil de acceder. Lo hicieron por dos días. No tenían agua, ni qué comer, salvo por una fruta parecida a la pera, a través de la que cual pudieron ingerir algo de líquido y alimentarse precariamente.

El hambre los empujó a salir del monte. Sabino contó que uno de los familiares de Melitona salió del monte, muy despacio, para ver el lugar donde ocurrió la Masacre. Divisó cómo los policías cavaban un pozo para luego tirar los cadáveres y también se percibía humo en el lugar, indicador de que allí también se quemaron cuerpos.

Posterior a la matanza, siguió la cacería de los sobrevivientes. Sin embargo, para evitar cometer el error de matar a los “amigos”, la policía y los colonos decidieron colocar un pañuelo blanco en el brazo a los indígenas que decidieron seguir vendiendo su mano de obra por monedas. El resto, los que no llevaban esa marca, eran los buscados. “En realidad, no estaban conformes con el sueldo, pero no había otra manera de sobrevivir”, aclaró Sabino.

Tras la matanza, los genocidas dejaron un mensaje a las comunidades: no hablar con nadie de lo que pasó. “Si alguien lo hacía, lo iban a ir a buscar a su casa y lo iban a matar a él y a toda su familia”, acotó Sabino.

Todo esto le fue relatado por su mamá en varias ocasiones por la noche, antes de que ella se fuera a dormir. “Lo tenía muy presente, como si fuera ayer. No se podía contener y empezaba a llorar”, contó.

“Nos aconsejó también que no teníamos que contarle a nadie los hechos que pasaron en la masacre, ni con la familia ni mucho menos con las autoridades, y más adelante cuando veía a la policía ella se escondía pensando que la iban a buscar”, comentó.

“Las mujeres, ¿recibían un pago por su trabajo?”, preguntó el abogado querellante, Duilio Ramírez. “No, no les pagaban”, respondió Sabino. Y acotó: “Lo único que se llevaban era la sobra de la comida que dejaban los obreros”.

“Encontramos huesos”

Al igual que Melitona, José López también es un sobreviviente. Y aunque no esté con vida, su testimonio llegó hasta este juicio a través de su nieta, Hilaria Gómez. “Lo que sé es lo que me contó mi abuelo cuando yo tenía 18 años”, dijo Hilaria, quien hoy tiene 80.

“Me dijo que él se escapó con mi mamá, que en ese momento tenía 3 años, la señora de él y una bebita que tenía un mes. Se fueron porque los iban a matar”, contó la testigo. Hilaria explicó que a su abuelo le avisaron de la represión mortal que se iba a desplegar sobre la huelga indígena en el Lote 38 y gracias a eso pudo huir a tiempo.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

José le relató que en Napalpí “los militares” mataron a un gran número de personas, entre ellos ancianos y niños. “Mucha gente muerta, chicos, muchos viejitos. Todos esos quedaron. Había una nenita que se escapó de eso, es mi tía, Rosalía López. Un hombre que iba disparando le cazó de la manito y la salvó”, contó.

Tiempo después, Hilaria construyó su casa cerca de donde ocurrió la Masacre: ella no sabía. Allí, un día, encontraron huesos. “No sabíamos si eran de animales o de humanos”, relató.

“Que se rindan”

“Mi nombre es Lucía Pereira, tengo 73 años y mi papá es un sobreviviente”. Lucía es hija de Julián Pereira y su testimonio se basó en lo que le transmitió su padre, quien logró escapar de la Masacre como lo hicieron casi todos los que tuvieron esa suerte: huyendo hacia el monte.

Contó que las familias originarias que trabajaban en la reducción de Napalpí lo hacían en condiciones infrahumanas, con salarios de hambre. La desesperación por conseguir alimento era tal que en algunas ocasiones la familia de su abuelo tuvo que recurrir al abigeato carneando animales ajenos.

“También mataban animalitos para vender el cuero. O vendían las plumas de los avestruces. Mediante eso podían comer”, dijo. “En tiempos de lluvia no comían, nada les daban los patrones. A veces iban a pesar y con eso se alimentaban. Por eso ocurrió todo, la huelga. Porque a lo último no querían trabajar más, muy esclavizado los tenían. Le hacían trabajar como animales, nunca le pagaban, le daban un puchito de mercadería, polenta, arroz y un poquito de aceite”, contó.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

“¿Cómo fue el día de la Masacre?”, preguntó el fiscal Carniel. Lucía contó que previo a que se produzca la matanza, los obreros indígenas en huelga recibieron la visita de un funcionario del gobierno provincial quien les exigió que vuelvan a trabajar de inmediato porque con su protesta estaba perjudicando a los grandes hacendados de la zona.

La respuesta fue que iban a concluir la huelga cuando el gobierno asista a las familias indígenas que estaban en la miseria, algo que finalmente no ocurrió. Luego llegó otro funcionario, esta vez de Buenos Aires, quien dejó una amenaza sin lugar a dobles interpretaciones. “Les dijo que dejen de joder porque el gobierno está cansado de esto y recibían muchas quejas de los grandes empresarios. Después volvió para decir que se rindan o los iban a matar a todos”, contó Lucía.

Llegó la Policía y la Gendarmería y comenzaron a atacar a balazos. “Algunos salieron a disparar, a correr en medio del monte. Mi papá vivió 30 días en el monte. Le dispararon en el hombro. Lo sepulté muchos años después con esa bala en el hombro”, contó Lucía.

Respecto de qué secuelas provocó al Masacre en la cultura de los indígenas de la zona, Lucía reconoció que sus padres no querían que hable su lengua materna por miedo. “Yo no hablo Qom porque mi mamá no quería. No quería porque por iban a escuchar y nos decía que nos iban a matar”, recordó.

“Para nosotros era un cuento”

“A nosotros nos contaban esto como un cuento”, comentó Cristian Fernando Enríquez, nieto de la sobreviviente Rosa Chara e hijo de Carmen Delgado, quien iba a testificar en este juicio, pero falleció antes del inicio de las audiencias.

“Cuando éramos chicos mi mamá nos contaba la historia de la Masacre de Napalpí. Lo tomábamos como un cuento. Resulta que en el 2004 sale en el diario que era verídico. Y en el 2005 fueron los periodistas a mi domicilio donde mi abuela aún vivía, y ahí supimos que todo esto era real”, reconoció al brindar su testimonio.

“Ella tenía mucho miedo porque pensaba que la iban a venir a matar. Yo me ponía mal por mi abuelita que se ponía muy nerviosa en las entrevistas. Y tenía mucho miedo cuando vinieron los periodistas, porque le querían hacer revivir lo que ella pasó cuando tenía 11 años”, añadió.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

“Contó que había aviones que tiraban caramelos y cuando se juntaba la gente ahí le tiraban las bombas. Así empezó la masacre. Luego ellos dispararon a caballo con su tía Virginia, hicieron muchos kilómetros, como 36”, relató. Virginia, hermana de la mamá de su abuela, sobrevivió a la Masacre, pero quedó con una secuela psicológica severa, irreversible. “Falleció en el manicomio producto de eso”, contó Cristian.

Dijo que su abuela también le contó cómo a las víctimas las obligaban a cavar sus propias fosas. “¿Quién realizó esta masacre?”, se le preguntó al testigo. “Según lo que dijeron eran los gringos porque querían apoderarse de las tierras que valían mucho en ese tiempo”, respondió.

“Gracias a un palo borracho”

“Lo que decía mi abuela es que ella se salvó”, contó Guillermo Ortega, nieto de Antonia, una de las sobrevivientes de la matanza indígena.

Su abuela tenía entre 8 y 9 años cuando presenció la Masacre. “Ella decía que disparaban (salían a correr) porque venía la policía con su armamento. Largaban proyectiles y mataban a las familias”, detalló Ortega. Dijo que se salvó porque logró ocultarse en el medio del monte, dentro del tronco de un palo borracho caído.

“Sacaron la parte de adentro del árbol y quedaron esa noche ahí para amanecer al otro día. Ella decía que gracias a ese palo borracho hoy estaba hablando con nosotros”, rememoró.

Investigadores

Tras las declaraciones de los descendientes de sobrevivientes, brindaron su testimonio docentes e investigadores indígenas. El primero en hablar fue Raúl Mario Fernández.

Fernández nació y vive en Colonia Aborigen. Se desempeña como docente Intercultural Qom. Actualmente preside la Asociación Civil Huaxarenaq, también es representante Consejo de Participación Indígena del Chaco, coordinador del registro de comunidades IDACH y fue coautor, junto al fallecido historiador, Juan Chico, del libro “La Voz de la Sangre”, que reconstruye lo que fue la Masacre de Napalpí, a partir del testimonio de las víctimas y de documentación de la época.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

Antes de comenzar su testimonio, pidió un minuto de silencio en memoria de Chico, del también fallecido exdiputado provincial y dirigente indígena, Egidio García, y de los líderes de la huelga de la reducción Napalpí, Macha’ (Pedro Maidana) y Chanaxadai (Luis Moreno). “Ñachec”, agradeció al concluir el breve homenaje.

“Crecí con Luisa, mi abuela paterna, hija de un cacique. Desde los ocho años me contó la historia. Y solamente me decía dos cosas: que nuestro pueblo no es cobarde, no es miedoso, que nos hicieron ese mal. Y que esto que me transmitía nunca le tenía que decir a nadie porque era muy peligroso. Esas palabras siempre me quedaron grabadas”, relató.

Al referirse a la investigación que realizó para el libro que escribió junto a Chico, Fernández destacó que la única fuente que tienen los pueblos indígenas para transmitir su historia son los relatos de los ancianos de la comunidad.

“No fue un trabajo de investigación cronológico ni antropológico. Nos juntamos con Juan Chico y decidimos romper el silencio. El silencio tanto recomendado a él como a mí, que nos dijeron que no dijésemos nada. Por eso pusimos a nuestro libro Las Voces de la Sangre”, contó.

“Gracias a este trabajo logramos dos cosas: primero, visibilizar el hecho y segundo que nuestras comunidades también se apropien de esta realidad como un hecho histórico”, contó.

Para Fernández, todavía hoy continúa una fuerte estigmatización con respecto a la figura del indígena. “Dicen que es sucio, vago, que no quiere trabajar, que quiere vivir de lo ajeno”, señaló.

“Cuando yo iba a encuentros docentes, se hablaba del indígena solamente para decir que fuimos conquistados, dominados, exterminados, que hoy ya no existe el indio. También mencionamos a la evangelización que se dio en nuestro pueblo. Han cambiado nuestras creencias por religiones extranjeras y nos han hecho creer muchas cosas que nosotros nunca vivimos”, añadió.

“¿En su investigación surgió algún testimonio sobre si en el momento de la Masacre se produjeron violaciones a las mujeres?”, preguntó el abogado querellante por la Secretaría de Derechos Humanos, Duilio Ramírez.

“Sí”, respondió el testigo. “En la reducción de indios Napalpí se producían muchos hechos muy aberrantes hacia nuestras comunidades, especialmente contra nuestras mujeres, que eran violadas por los soldados, por la gente misma de la reducción. Y esa fue una de las razones por las que se revelaron Macha’ y Chanaxadai”, abundó.

“Tampoco se les permitía salir (de la reducción). Decían que era para que no anden sueltos, como si fuéramos animales. No les permitían buscar su alimento porque culturalmente nosotros teníamos nuestros alimentos. Nuestra gente no podía alimentarse, pasaban hambre. Y el trabajo también era esclavizador. Utilizaban a los hermanos para llevarlos a cortar leña al obraje, luego lo traían y lo encerraban de vuelta. Todo eso hizo que estos dos caciques importantes, uno era Qom y el otro Moqoit, tomaran la decisión de retirarse para no seguir en esa situación de esclavitud. No estaban levantados en armas, sino que pedían un buen trato”, relató Fernández.

Por otra parte, destacó el hecho de que, en 2008, el gobernador, Jorge Capitanich, en representación del Estado chaqueño, haya pedido perdón a las comunidades indígenas por la Masacre. Sin embargo, señaló que hay cuentas pendientes y una reparación histórica al pueblo originario que aún no llega.

“Colonia Aborigen todavía hoy no es independiente. No tiene independencia política ni económica”, sostuvo. Cabe recordar que Colonia Aborigen sigue dependiendo administrativamente de la municipalidad de Machagai. En 2015 fue sancionada una ley provincial que declaró su municipalización, pero aún hoy, siete años después, esa normativa sigue sin ser reglamentada por el gobierno provincial. De hecho, una de las promesas de la campaña en 2019 del por ese entonces candidato Jorge Capitanich fue, justamente, que durante su actual mandato, la localidad será un municipio autónomo, con intendente y concejo municipal propio, elegido por sus habitantes.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

“Es muy importante que se reconozca oficialmente que nuestros pueblos fueron masacrados, humillados. Mis abuelos y abuelas, cuando se acordaban de Macha’ y Chanaxadai, derramaban sus lágrimas porque dicen que fueron exhibidos como trofeos sus testículos y orejas en la comisaría de Quitilipi. Y también en los senderos donde se podía transitar han dejado las estacas clavadas con sus cabezas”, relató.

“Y eso es muy duro para nosotros y muy triste recordar y contar estas grandes verdades que han hecho a nuestros pueblos. A veces genera pudor hablar de algo que fue humillante para uno. Pero era necesario romper el silencio y levantar la voz, por eso fue importante para mí estar hoy aquí”, añadió Fernández.

“Queremos que nunca más ocurra otro Napalpí. Queremos el derecho a la igualdad, no queremos la cuarta línea de derechos, queremos estar como argentinos, como seres humanos. No pedimos demasiado”, sostuvo Fernández.

“Búsqueda de la identidad”

“¿Cómo fue el proceso de reconstrucción histórica de Napalpí en base a tu investigación?”, preguntó Carniel a Miriam Esquivel. “Ustedes llaman investigación a lo que yo llamo una búsqueda de identidad”, respondió.

Esquivel tiene 33 años, es auxiliar docente indígena de la etnia Qom y profesora en Ciencias Políticas. Trabajó en el relevamiento y registro de los testimonios de sobrevivientes y también con sus descendientes.

Contó que su labor de búsqueda identitaria empezó en 2007, con un trabajo que debía hacer para el Instituto del Nivel Terciario donde estudiaba. “En ese momento, encontré muy poco sobre la Masacre de Napalpí. Entonces recurrí a mi familia que es quien me podría brindar esa información y noté que había como un bache, que no cerraba. Entonces en base a eso me dediqué a investigar sobre nuestros orígenes”, comentó.

Durante el acto del pedido de perdón de Capitanich en 2008, Esquivel aprovechó la ocasión para acercarse a la sobreviviente, Melitona Enrique, quien ese día cumplía 107 años, y también dialogó con su familia.

“Recolectamos varios testimonios con Juan Chico. Hicimos varias entrevistas con los últimos sobrevivientes y con las familias. Para nosotros el relato oral es un documento para nuestra comunidad porque nosotros sabemos que la Masacre existió, pero habría que juntar más información para determinar qué fue lo que pasó”, remarcó la docente.

Esquivel indicó que los relatos coinciden en la aparición de un avión que sobrevoló el lugar y que desde ese vehículo arrojaron caramelos. “Y los sobrevivientes, lo que contaban, es que estuvieron en el monte porque no tenían para comer, no tenían agua, no tenían para curarse. Lo hicieron por más de un mes. Hay gente que pudo salir, llegar al pueblo y esconderse también. Incluso también en los últimos años lo que contaban es que hace mucho tiempo el olor a sangre todavía estaba cuando había mal tiempo, que se sentía en la zona”, reveló.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

“Hay muchos que no pudieron salvarse, que fueron alcanzados por las balas y murieron en el lugar. A veces los propios animales de la zona comían a esos cuerpos, entonces no se podía encontrar ni reconocer a la gente que murió. Aparte, la policía estuvo trabajando más de un mes en el lugar para que nadie se acerque entonces era imposible reconocer y dar una sepultura”, explicó.

La docente habló del daño cultural irreparable que provocó la Masacre dentro de las comunidades originarias. “Nosotros somos consecuencia de Napalpí. Mi abuela habla el idioma Qom, tiene 86 años, pero mi mamá no habla Qom y yo tampoco. Eso es producto de lo que fue la Masacre. Nos negaron nuestra lengua materna. Los abuelos decían que era para poder cuidarnos, para poder cuidar a las generaciones que seguían, porque el miedo y el temor que había en la comunidad todavía se siente a pesar de tantos años”, comentó.

“Como indígenas estamos mal vistos por una sociedad que nos discrimina mucho. Por el color de piel, por pertenecer a un pueblo indígena. Y eso sigue latente”, añadió.

“Guiados por las aves”

Juan Carlos Martínez es docente del pueblo Moqoit. Realizó investigaciones sobre sobrevivientes de la Masacre, con especial énfasis en la historia de Pedro Balquinta. También participa del proceso de reconstrucción de la memoria histórica del pueblo Moqoit del Chaco.

“A mi desde niño mis abuelos me contaban la historia de la Masacre de Napalpí y el caso del Zapallar”, relató Martínez, quien hizo alusión a la Masacre del Zapallar, ocurrida el 9 de septiembre de 1933, cuando la policía mató a balazos en lo que hoy es la localidad chaqueña de General San Martín a unos 70 habitantes de las etnias Qom y Moqoit durante una protesta donde sólo pedían comida y abrigo.

“Una de las razones por la que mis familiares no hicieron la denuncia era porque tenían miedo. Nos decían que no había que hablar con el policía porque el policía es quien mató a nuestros abuelos. Y ahí fue la curiosidad personal de averiguar qué es lo que pasó, la historia de aquellos que escaparon y los que sobrevivieron”, indicó.

“Mi bisabuela contaba que fueron perseguidos después por gente a caballo que no estaban uniformados, que tenían perros. Los llaman ‘criollos’. Ellos sabían dónde se escondían los indígenas. Entonces trataban de que los chicos no lloren para que no se les escuchen cuando estaban bajo los carros escondidos. Y así se fueron alejando del lugar y también ellos eran guiados y orientados por las aves. Cuando escuchaban que las aves toreaban o cantaban era porque estaban asustadas y ahí se volvían a esconder. Pero cuando las aves estaban tranquilas ellos podían avanzar hasta alejarse del lugar”, relató.

Martínez reconoció que el silencio sobre lo ocurrido en la Masacre se extendió hasta los inicios del nuevo siglo. “Hice dos reuniones de ancianos del pueblo Moqoit para que me contaran y nosotros con otros docentes. Eso fue en el año 2000. Y nos contaban los ancianos de distintos lugares en donde anduvieron y por qué. Pero muy pocos nos contaron sobre Napalpí, como que no querían que nosotros supiéramos esa verdad”, añadió.

“Que se haga justicia”

Gustavo Gómez es docente indígena Qom y especialista en Educación Indígena. Nació en 1975, a un kilómetro de donde ocurrió la Masacre. “Mi gran propósito es que se sepa la verdad de lo que ocurrió en el Lote 38, que fue una gran matanza de bebés, de niños, de tíos, de abuelos, de chicas. Que se sepa la verdad y que se haga justicia”, sostuvo ante la jueza Niremperger.

“Las consecuencias de lo que dejó la masacre de Napalpí en mi persona fue lo que me llevó a investigar qué pasó. Porque yo pertenezco al pueblo Qom, pero mis padres no me enseñaron el idioma Qom. Y desde ahí me pregunté por qué siendo que yo también era un Qom. Entonces, a través de las investigaciones, vi cómo se contradecía la historia que nos contaba los libros y lo que nos contaban nuestros abuelos. Las consecuencias que nos dejó la Masacre justamente fue la pérdida de la lengua Qom”, explicó.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

“Nuestra biblioteca siempre fue la transmisión oral”, sostuvo. “Investigando como docente indígena pude llegara distintos abuelos de nuestra comunidad. En forma oral siempre se transmitía lo que ocurrió en la Masacre, donde hubo un grupo de hermanos y hermanas que se manifestaban para pedir mejor paga”, sostuvo.

Gómez fue claro al señalar al culpable de esta matanza: “El único responsable es el Estado porque esto fue un sistema organizado desde el Estado junto con los terratenientes de la zona porque querían adueñarse de la tierra y lo que hicieron fue desaparecer a los pueblos Qom y Moqoit”, aseveró.

“Decidieron terminar con los pueblos originarios, pero hoy estamos más fortalecidos que nunca, porque estamos viendo que se está descubriendo la verdad de lo que fue la masacre de Napalpí, porque callaron muchos años. Casi 98 años pasaron y recién hoy el Estado está presente para ver que realmente ocurrió una masacre, un crimen de lesa humanidad”, afirmó.

“Derecho a la verdad”

“Quiero que se reconozca el derecho a la verdad como pueblos indígenas que somos”. Así comenzó su declaración Viviana Beatriz Notagay, última testigo de la jornada.

Notagay es profesora Bilingüe Intercultural e investigadora indígena. Nació en 1987, en el Lote 38 en Colonia Aborigen, donde ocurrió la Masacre. Aún vive ahí.

“¿Qué te contaron los testigos con los que hablaste sobre la Masacre?”, preguntó Emiliano Núñez, abogado querellante por el IDACH. “Inicié mi investigación en 2010 cuando terminé mi carrera terciaria, con un propósito de saber quiénes somos porque los jóvenes de nuestra comunidad, el Lote 38 de Colonia Aborigen, estábamos un poco confundidos sobre nuestra identidad lingüística y cultural”, reconoció Notagay.

“Quería saber por qué había tanta negación entre mis pares, en la comunidad. Por qué la negación de no hablar la lengua materna, por qué tanta discriminación de los otros, de nuestros pares no indígenas. Y eso me llevó a investigar sobre Napalpí”, añadió.

Foto: Secretaría de DDHH del Chaco

La docente dijo haber tenido el honor de conocer a Juan Chico con quien comenzó a trabajar en 2010 en la investigación sobre Napalpí. “Hicimos un trabajo de recopilación de datos, de entrevistas. Tuve la oportunidad de conocer al abuelo (y sobreviviente de la Masacre) Pedro Balquinta. También pude hablar con Olegario López, un señor del Lote 40 que en su testimonio nos contaba que a él le comentaron cómo sucedió la Masacre, que llegó un avión donde desparramó caramelos y por más de 40 minutos los policías atacaron a nuestras comunidades”, contó.

“También cómo se fueron conformando los fortines y reduciendo los grupos étnicos que estaban en Napalpí, sobre todo eran aquellos terratenientes que llegaron al territorio. Porque para adueñarse del territorio debieron reducir los grupos, y, en esos grupos, separar mujeres por un lado y hombres por el otro para los trabajos del obraje”, explicó.

“¿Cómo era la vida de los miembros de las comunidades indígenas en esas reducciones?”, preguntó el abogado Núñez. “Juan nos contó que la vida en la reducción era una vida de esclavitud, que trabajaban por el pedazo de pan porque los grandes terratenientes no les permitían salir”.

“¿Recuerda algo más que le hayan comentado?”, repreguntó el abogado querellante. “Lo que fuimos recopilando fue justamente eso, que vinieron ‘los militares’, que eran los policías, a exterminar, matar y desaparecer a las comunidades”, respondió Notagay, “porque del más pequeño al más grande intentaron matar”.


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